Quien piense que en nosotros hay espíritu camorrero, ambición personal, traición, doble faz, delirios de grandeza, ingenuidad extrema e ingratitud, esta supremamente equivocado. Ni siquiera nos atrevemos a decir que somos revolucionarios o marxista – leninistas, escasamente decimos a duras penas que presumimos serlo más por “intuición” que por la misma formación académica e intelectual.
Nos amparamos en la tesis de que el conocimiento es infinito en cualquier área del conocimiento. Luego, resulta mentiroso y pretencioso decir que nos la sabemos todas y que ya no hay necesidad de estudiar. Sin ser trágico diríamos que uno muere siendo analfabeta, apenas con un mínimum de saberes, muchas veces adquiridos sin una debida sistematización. No sabemos quién dijo que uno era un mar de conocimientos y un milímetro de profundidad.
Decimos esto porque tenemos conciencia campesina (alma campesina, términos religiosos que no nos gusta hoy, pero ayer sí). Esa contingencia nos permite movernos en el universo de la verdad con una diferencia mínima entre la teoría y praxis. Si tenemos un peso en el bolsillo eso decimos sin sonrojarnos. La apariencia es un defecto y la sinceridad una virtud.
Al dejar ese mundo maravilloso y abordar la montaña de mole de concreto, todo indica que los valores se invierten: La apariencia es una virtud y la sinceridad un defecto. Todo mundo quiere aparentar. El pobre compra objetos de fantasía que se parezcan al oro para aparentar. Si tenemos cien pesos debemos decir que tenemos mil. La sinceridad es un defecto que nos genera toda clase de compliques.
Hace muchos años nos viaticaron para ir a Bogotá a cumplir tareas del Partido. Al regresar y presentar nuestro informe devolvimos una suma exigua que había sobrado. Una compañera nos miró medio asombrada diciendo: “Pendejo”. No tuvimos valor para contra preguntar por qué esta reacción. Todavía seguimos meditando sobre el particular. En otra oportunidad, no sabemos por qué la misma compañera nos dijo que teníamos que despertar y ser más avispados. Todavía encontramos amigos que nos dicen cosas parecidas. “Usted hubiera volado muy alto sino se hubiera enfrascado en esas ideas comunistas. Mínimo ya debería haber sido alcalde del municipio y cargos del orden departamental y por qué no nacional”, nos suelen decir los viejos amigos cuando visitamos el municipio.
Todas estas opiniones las analizamos con detenimiento para buscar hallar una moraleja que nos permita construir la personalidad y el proyecto político en el cual estamos inmersos. Si bien tratamos de acoplarnos a esa cruda realidad objetiva, no podemos sacarnos del todo la conciencia campesina y no porque nos hayamos quedado suspendidos en el tiempo y en el espacio, en un punto definido. Seríamos antidialécticos. Todo fluye. Nadie se baña dos veces en el mismo río, el devenir es una realidad científica.
Lo que sucede es que esos valores bien construidos son bases sólidas que el huracán tormentoso de la modernidad o quizá la postmodernidad no ha podido averiar, precisamente, por esa solidez. “La honradez – decían mis padres – es lo más bonito”. De la honradez se desprende la honestidad, la sinceridad y el compromiso. No somos – por ejemplo – honrados para que los demás nos admiren, somos honrados por convicción. Presumimos ser revolucionarios no para que sea admirado, lo hacemos por convicción, por ética y porque tenemos un mediano conocimiento de la realidad histórica y política de la humanidad. Nuestro aporte puede ser menos de una gota de agua, pero de todas maneras, es un aporte. Y, para hacer ese aporte, no hay que ser petulante, imponente, agresivo y vacío de contenido.
Cuando éramos estudiantes de secundaria en el colegio Carlos Blanco Nassar y éramos presidente del comité estudiantil, observamos que el plantel no tenía mástil donde izar el pabellón nacional. Con un amigo de la gobernación, Edgar Salinas, nos conseguimos éste y fuimos a colocarlo a las doce de la noche, para que nadie se diera cuenta quién la había colocado. No buscábamos darnos ínfulas, buscábamos resolver un problema sentido. Seguramente, muchas personas dijeron a nuestra espalda lo mismo: “Pendejos”. A lo cual contestamos: Es la conciencia campesina.
Esta subsiste a pesar de la cruda arremetida del neoliberalismo. Vaya usted a un hogar campesino para que se dé cuenta cómo se trata a la gente, con qué sinceridad, con qué humanismo. Y si no le queda claro, compare con el trato que se expresa en la ciudad. Es un trato frío, indiferente e hipócrita. Un trato interesado y mezquino. Compare y saque sus propias conclusiones. Claro, en la ciudad es la lucha por la sobrevivencia. “Sálvese quien pueda”. Además, no se puede generalizar.
Es decir, todos estos fenómenos no son casuales, son causales, resultados de un sistema capitalista en decadencia, en estado de putrefacción y que hasta los más puros son muchas veces contaminados y asumen posturas similares, lo cual se define por decir una cosa y hacer otra. El ladrón dice que es el más honrado del mundo, por ejemplo.
Sufrimos con todas estas contradicciones y paradojas, pero nos negamos a claudicar, por una razón elemental: Creemos en la crítica y la autocrítica, en la superación colectiva y en el reconocimiento al Otro. (“Creer” que no se mire aquí como algo religioso, dogmático). Por el contrario, con acento dialéctico, materialista y marxista – leninista. El error no es equivocarnos, el error es persistir en él por arrogancia y la arrogancia es ignorancia, porque es desconocimiento total de la condición antropológica y sociológica del hombre. El hombre solo no existe, existe en función social.
Así las cosas, se trata de aprender de los errores, fortalecer los valores socialistas como la sinceridad, la sencillez y avanzar con espíritu de solidaridad. El árbol no nos puede impedir ver el bosque. El “poder” no nos puede obnubilar. Por el contrario. No debe hacer más persona. Eso es socialismo que va saliendo de las entrañas del capitalismo. Adelante, todos y todas en esta noble e histórica misión.
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