La posición de la izquierda acerca de la segunda vuelta presidencial, todavía retumba en sectores minoritarios y “puritanos” trayendo a colación argumentos dogmáticos y pocos dialécticos e incluso, poco políticos. La idea no es evadir el debate por cuanto nadie puede considerarse portador de la denominada “verdad revelada”, pero lo que sí hay que rechazar de plano es convertir esto, en una discusión eterna, perenne e inmodificable. Ya lo dijo Carlos Marx: “Todo problema teórico se resuelve en la práctica”.
Hay que hacer un análisis concienzudo, objetivo y real sobre los resultados electorales presentados el pasado 15 de junio. No es correcto llegar a los extremos de inflar o desinflar los resultados presentados. El análisis debe ser concreto, es decir, “científico”. A partir de este análisis se puede proyectar correctamente propuestas e iniciativas que permitan aclimatar la paz con justicia social.
Santos fue elegido por la minoría del pueblo colombiano. Ese factor no se puede minimizar. Es decir, dentro de la minoría fue mayoría. En segundo lugar, la diferencia con Zuluaga no es abismal. Sería miope decir que se “borró a la extrema derecha”. Ese elemento debe pesar al momento de hacer un análisis concreto de un suceso igualmente concreto.
Una primera conclusión es que fue definitivo el apoyo de la izquierda. Eso es evidente, no admite discusión. El mismo Santos en el discurso de celebración lo admite públicamente. Pero así no lo admitiera, las cifras son contundentes.
Ahora, ¿Fue correcta la decisión de la izquierda? No es fácil de contestar este interrogante, porque habrá de tenerse en cuenta la correspondencia del gobierno a eso que ha sido considerado como una especie de plebiscito por la paz y un respaldo inequívoco a los diálogos de la Habana (Cuba) con las Farc y las posibilidades de hacer lo mismo con el Ejército de Liberación Nacional.
Ciertamente no era una decisión fácil de tomar, tampoco de comprender en un país tan complejo, con tanto analfabetismo político y tanta violencia. Un país tan polarizado y con diferencia de clases tan profundas. Así las cosas, hay que caracterizar la decisión de audaz, valiente y consecuente con los intereses del proletariado. Es como el que suele decir: “Por la vida, hasta la vida”.
Lo hecho, hecho está
La suerte está echada, dijo el emperador romano Julio Cesar. Se le ganó ese asalto (hablando en términos boxísticos) a la extrema derecha incluso, a la misma derecha, en el sentido de demostrar la izquierda su madurez política para comprender la decisión y su profunda voluntad de paz. Toda esa bazofia de que la izquierda es sinónimo de violencia cae estrepitosamente y brilla inmaculada la gran verdad, que ignora, tergiversa y minimiza los medios masivos de comunicación.
La izquierda votó por la solución política y el diálogo. Es la gran victoria que hay que explicar al detalle. Es decir, votó por la vida, la esperanza y la justicia social. En otras palabras: La izquierda le apostó a la democracia, al gran sueño de poder debatir públicamente sin el miedo de ser asesinado como viene sucediendo en el país.
Le corresponde al gobierno dar muestras reales de paz. No discursos lanzando palomas al viento únicamente, sino demostrando hechos tangibles y evidentes. Considerar el cese bilateral del fuego, revisar las prioridades en campos fundamentales como la inversión social, la salud, la educación, la depuración de las fuerzas militares, la lucha frontal contra la corrupción, por ejemplo. Bien dice el secretario general del Partido Comunista Colombiano, Jaime Caicedo Turriago: “La paz no se hace con un aparato militar gigantesco que asusta los países vecinos”.[i]
Pero, ¿Qué ha sucedido? ¿Qué lectura se puede hacer de la postura asumida por Santos hasta ahora? La verdad no es muy halagüeña, porque mientras dice una cosa hace otra. Eso debe llamar poderosamente la atención del pueblo colombiano. Hay que estar pendiente del discurso de posesión de su otro cuatrienio. Podría arriesgarse a decir que viene aplicando ese adagio que dice: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. No lo decimos con espíritu fatalista. Los comunistas no somos fatalistas. Por el contrario, somos optimistas, pero profundamente realistas.
Para nadie es un secreto que el presidente Santos trabaja a todo vapor en la implementación de la presencia en Colombia de la OTAN, no dice absolutamente nada sobre las numerosas bases militares norteamericanas en este país, no le quita un peso al presupuesto militar. Por el contrario, lo aumenta. Insiste en la profesionalización de las fuerzas militares, no dice nada sobre la doctrina militar la cual se inspira en el enemigo interno, siguiendo los postulados de la escuela de las Américas, etc, etc.
Hay que entender algo elemental: La paz de Santos no es la misma paz con la cual sueñan millones y millones de colombianos. Santos se inclina por la pax romana o paz de los sepulcros, mientras el pueblo colombiano añora la paz como producto de cambios estructurales y de fondo. Con razón afirma el camarada Caicedo Turriago: “Nada pasará si no se resuelven los grandes desequilibrios del país”.[ii] Más claro no canta un gallo, dice otro adagio popular.
Se quiere hacer creer también que la oposición a Santos estará a cargo del uribismo. Tampoco es cierto, porque Santos y Uribe hacen parte del mismo establecimiento, mejor dicho, del mismo régimen capitalista. Habrá diferencias, incluso, algunas importantes, pero la esencia, la almendra es la misma. Que nadie se llame a equívocos. La única oposición consecuente es la izquierda. No hay duda. Por eso el llamado reiterativo de los comunistas a asumir esta noble y titánica responsabilidad con criterio unitario. O sea, no es un simple clisé proponer la consolidación del frente amplio por la paz y la democracia; por el contrario, tiene un profundo contenido que hay que dimensionar con grandeza.
Una segunda conclusión nos lleva a decir que la paz es producto y se garantiza con la acción permanente y consecuente de las masas. Mientras el pueblo no se apropie del tema de la paz y la sienta como algo fundamental es muy difícil, porque bien se ha dicho en muchos momentos que la paz para el pueblo es excelente posibilidad y para la burguesía la violencia es el negocio suculento.
Hay que convencer a toda esa masa que no opina y se inclina por la abstención, lo mismo a los que votaron por el uribismo y el mismo santismo, distinto a la izquierda. La batalla ideológica por la paz con justicia social se debe intensificar en todo el país y allende de sus fronteras. La razón es elemental: La paz no es una dádiva de la burguesía, es una conquista del pueblo colombiano debidamente organizado y politizado.
[i] Semanario VOZ La verdad del pueblo. Edición número 2744. Página consultada 3.
[ii] Ibíd. Página consultada 3.
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