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Los resultados electorales presentados el pasado 15 de junio, segunda vuelta presidencial, se constituyeron en un verdadero plebiscito por la paz con justicia social y así lo debe entender el presidente Santos.
Pero también así lo deben entender la sempiterna clase dirigente de la vieja oligarquía colombiana, las fuerzas militares y los mismos gremios económicos. Desde luego no es una concesión del régimen como lo quiere presentar los medios de comunicación, es una conquista heroica de un pueblo que le ha correspondido transitar caminos sanguinolentos, siempre con la presencia imperial de los Estados Unidos.
El calvario que le ha tocado recorrer al pueblo colombiano resulta dramático, supremamente complejo ante una oligarquía criminal, astuta, mentirosa e infame, que no le ha temblado la mano, ni se le ha contraído un solo músculo de su rostro al determinar siniestros planes de exterminio contra el pueblo colombiano.
El asesinato de Gaitán en 1948, el macabro Plan Laso, en 1964, para asesinar la esperanza campesina en Planadas, Tolima, exactamente la entonces montañosa región de Marquetalia, donde miles de campesinos luchaban a brazo torcido por hacer producir la fértil tierra y de esta manera garantizar la alimentación a sus familias, pero que la oligarquía determinó que era una supuesta “república independiente” que había que destruir a sangre y fuego. Gracias al heroísmo de 48 campesinos liderados por los comandantes Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas, salvaje propósito no se pudo concretar porque el campesinado se organizó y resistió el vendaval bélico, del cual hacía parte los Estados Unidos al parecer con su guerra bacteriológica.
Los distintos planes que eliminaron el sueño que encarnó la Unión Patriótica, dejando en los panteones del país a cerca de 5 mil de sus mejores cuadros. El monstruoso Plan Colombia, que mientras el presidente Pastrana dialogaba en San Vicente del Caguán con las Farc, lo implementaba a todo vapor una vez más por órdenes expresas de los Estados Unidos. De igual manera, la serie de planes que la izquierda valientemente ha venido denunciando en esta lucha tan desigual que hoy se libra en el marco de la lucha de clases.
Generaciones completas no han tenido un minuto de paz y sosiego. He ahí, por qué el pueblo debe movilizarse para que esta oportunidad de paz no se malogre y se pueda cristalizar de conformidad con la agenda propuesta.
Mientras la guerra para la oligarquía es un suculento negocio, para el pueblo es una tragedia. Eso explica por qué sectores oligárquicos buscan por todos los medios hacer malograr los diálogos de la Habana y el anuncio del gobierno de conversar con el Ejército de Liberación Nacional, ELN.
En esa tarea la izquierda colombiana no ha cejado ni vacilado y la prueba reciente más fehaciente fue la decisión de votar el pasado 15 de junio por la paz. La gran mayoría que milita allí, comprendió claramente el momento político y actuó consecuentemente. Los antidialécticos y ahistóricos, (pocos por cierto) quedaron colgados de la brocha.
En esa trascendental decisión, que no era fácil de interpretar y asumir, brilló con luz propia el Partido Comunista Colombiano. Supo interpretar correctamente el momento político.
El desafío es grande hacia adelante. La dinámica es inexorable. Porque se trata de proyectar (sin falsos ilusionismos, por supuesto) el desarrollo de la lucha de clases en un escenario en paz. Esa realidad no se construye de la noche a la mañana. Se forma. Se construye. Se elabora. Resulta todo un proceso dinámico y complejo que hay que comenzar a discutir desde la célula, hasta el comité central, desde las organizaciones populares, campesinas, indígenas y sindicales hasta los grandes dirigentes regionales y nacionales.
Sin lugar a dudas, el paso más audaz y fundamental sería la unidad de la izquierda alrededor de un frente amplio e incluyente por la paz. Un frente capaz de plantearse el tema de la democracia real y la posibilidad de que las personas mueran de vieja y sean enterradas por sus hijos, siguiendo la dinámica “normal” de la biología humana. Esto no será una utopía, si actuamos consecuentemente y logramos imponer sin sectarismo y sin ambigüedades los puntos que nos unen por encima de las diferencias.
Así las cosas, sin pretender decir que los Comunistas somos la vanguardia, tenemos que decir que nos cabe una inmensa responsabilidad en esa tarea, la cual no es fácil, ni sencilla, ni elemental. Por el contrario. Resulta bastante compleja.
Desde esa perspectiva, la conferencia nacional ideológica que viene preparando el Partido Comunista Colombiano, reviste papel fundamental. Se debe duplicar el trabajo desde la célula hasta el comité central para aportar creativamente haciendo que el Partido salga rebosante dispuesto a continuar su inclaudicable lucha por la paz, la democracia y el socialismo humanista, científico y democrático, como lo determinó su XXI Congreso Nacional.
Que estas tesis sean motivo de discusión y estudio al calor de la movilización sindical, popular, campesina e indígena en distintos sitios de la geografía nacional y allende de las fronteras.
Todas esas actividades desarrolladas consecuentemente, constituyen el mejor monumento al sueño dorado que nos asiste a todos los colombianos y colombianas de paz con justicia social en la república de Colombia. Hay que entender que la paz es movimiento, acción, audacia, decisión, unidad y persistencia, solidaridad. La paz es socialismo. No hay duda.
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