miércoles, 25 de junio de 2014

El fútbol es paz, libertad y justicia social

Por Nelson Lombana Silva


El triunfo rutilante de la selección Colombia 4 a 1 sobre la selección de Japón en la hermana república de Brasil en el marco del campeonato mundial del deporte más popular del planeta tierra, desborda la pasión nacional de un pueblo que históricamente siempre le había tocado estar a la saga y disfrutar de los éxitos de otros países latinoamericanos como el mismo Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, entre otros.



Hoy, tiene un contingente de deportistas con muchas ganas de triunfar, ganar y darle vitrina al país en el concierto internacional en esta bella y dura disciplina deportiva como lo es el balompié. Esa vitrina que no la ofrece la pútrida clase dirigente por su corrupción y nexos con el narcotráfico, la viene haciendo un puñado de jóvenes deportistas, que como en los anteriores partidos, se prodigaron de principio a fin con entereza, gallardía y amor propio.


La primera fase la pasó invicta al derrotar primero a su similar de Grecia, después a Costa de Marfil y ahora Japón, mostrando un fútbol exquisito, sutil y explosivo en todas sus líneas. Los pronósticos insulsos de comentaristas del régimen que no saben otra cosa que rendir culto al individualismo que decían que la selección Colombia era Falcao exclusivamente, se fueron de una al basurero de la historia, porque la esencia del fútbol es la actividad colectiva, la acción en conjunto y eso es lo que, precisamente, hoy tiene a nuestro combinado en los octavos de finales.


“El fútbol – dijo cierto entrenador – es una caja de sorpresas”. No hay duda. Es más: se podría decir que una pasión desenfrenada que transporta al individuo en cuestión de segundos del cielo al infierno. Por eso hay que disfrutar el momento con entusiasmo para poder asimilar con coraje la adversidad. En el fútbol – como en todo juego – se pierde o se gana. Entre esa realidad dialéctica o contradicción de ganar y perder, emerge la esencia de la bella actividad deportiva, diríase el embrujo que hoy tiene exultante no a todo el país como masificando suelen decir los medios de comunicación, sino principalmente el país que gusta del fútbol.


Es más: No todos festejan la gesta deportiva como tal, como lo hace desprevenidamente el hincha de a pie, algunos cínicamente se frotan las manos pensando única y exclusivamente en los dividendos económicos que un triunfo de esta naturaleza implica. Son los explotadores que posan de “dirigentes súper dotados”, pues hay que tener en cuenta que en el capitalismo los jugadores son los obreros, los cuales son explotados como cualquier otro obrero en cualquier área o disciplina del conocimiento.


Trafican con ellos como cualquier mercancía. ¿Acaso no ha oído decir que tal jugador fue vendido por x cantidad de dinero, muchas veces sin el consentimiento del mismo jugador? Se escucha decir que cierto jugador fue transado en millones de dólares a las ligas del fútbol europeo, pero lo que nunca se dice es el porcentaje pírrico que le corresponde al jugador, en relación con las ganancias que obtiene la mafia bien camuflada y consolidada.


Jugador que no se someta a esas normas rigurosas e imperiales, automáticamente es aislado y desconocido así sea una verdadera estrella.  Todo porque esa es la esencia del régimen capitalista. Solo cuando el pueblo organizado imponga la dictadura del proletariado, una visión distinta brillará y entonces el deportista será tenido como hacedor de paz, libertad y justicia social, y no como vulgar máquina para hacer dinero para unos cuantos.


Así hay que mirar el triunfo de la selección Colombia de fútbol: Con entusiasmo, con pasión, pero también con racionalidad. Eso nos permitirá disfrutar los éxitos deportivos y asimilar las derrotas, que ciertamente son dolorosas, porque no hay nada más duro que perder.


El Tolima es la locura. La capital se desbordó y una gigantesca mancha amarilla durante todo el día se movió por calles y avenidas. Niños y ancianos, hombres y mujeres, se entrelazaron en abrazos, lágrimas y mucha alegría. Desfiles atropellados de vehículos y motos, gritería y música a alto volumen. Comentarios y presagios, algunos por supuesto, subjetivos y desproporcionados como aquel que dijo que Colombia tenía que ganar el mundial por goleada. Según el aficionado, ni siquiera admite un triunfo por la mínima diferencia. ¡Qué locura!


A la final el fútbol es todo eso y mucho más. Los niños de la cuadra una vez terminó el partido salieron a la calle a jugar con una condición: Llevar cada uno el nombre de un jugar de la selección Colombia. “Yo me llamo Ospina, dijo uno, yo James, dijo el otro y usted que es mayor, Mondragón y así sucesivamente.


Todos estos hechos deportivos de singular valor, llevaron a decir al narrador deportivo William Vinasco Ch, que la paz sí será posible en Colombia, concepto que compartimos y apoyamos en consecuencia con decisión los diálogos de la Habana (Cuba) entre las Farc – Ep y los anuncios de los diálogos con los elenos con el gobierno de Santos. Incluso, esperamos el partido de fútbol que propuso el Pibe Valderrama. Eso ayudaría a comprender que la guerrilla son seres humanos y no monstruos asesinos como suelen decir los medios de comunicación durante las 24 horas del día. Sería un espacio para aclimatar la paz con cambios estructurales que tanto añora el pueblo colombiano.


De todas maneras, la selección Colombia está metida en la ronda llamada: “muerte súbita”, por aquello que quien pierda se va. El rival es duro. Se habla de la “garra charrúa”, un equipo latinoamericano con mucha experiencia. Uruguay no será fácil de vencer, pero tampoco será invencible. Son once contra once y dos patrias que se comerán las uñas. ¡Que viva el deporte! ¡Que viva el fútbol! ¡Que viva la unidad de los pueblos y que gane el mejor!


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