viernes, 26 de diciembre de 2025

La odisea de un grande: “Vivir para contarla”

Autobiografía de Gabriel García Márquez. Foto Nelosi

Por Nelson Lombana Silva

El destello macondiano del laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez que tuve la fortuna de admirar una semana santa en la finca Buenos Aires, municipio de Anzoátegui, Tolima cuando mi hermano Gustavo apareció con la revista cubana Bohemia y en ella la sexta entrega de la inmortal obra: “Relato de un Náufrago”, que con miles de ruegos me invitó a leer, comenzando a recorrer el largo y ubérrimo camino literario del gran hijo de Aracataca, Magdalena.

Cursaba segundo de primaria con el profesor Jesús Antonio Lombana (No era familiar), en la escuela urbana de Varones, quien nos había dado una charla sobre Gabo, afirmando categóricamente que no entendía por qué la prensa elogiaba tanto a ese escritor costeño, sabiendo que era tal vulgar, pues en sus obras escribía palabrotas como mierda, culo, etc. Basado en esa charla, estaba decidido a no leer ese fantástico capítulo, argumentando que el escritor era grosero y que estábamos en semana santa.

Todavía no sé de los artilugios de mi hermano para convencerme. Quedé maravillado de la forma fotográfica de escribir, era como si uno estuviera viviendo esos momentos narrados con tanta precisión y maestría. Aún no conocía el mar. Sin embargo, me lo imaginaba como una infinita alfombra parda que se movida rítmicamente sin tener fin. Pensaba e incluso, soñaba contemplando el tétrico drama de Luis Alejandro Velasco, metido en un pequeño bote sin motor, prácticamente, a la deriva, solo visitado por garzas y los tiburones después de las cinco de la tarde.

Gabriel García Márquez. Foto: internet


Tiempo después, un compañero apareció en el colegio con el libro completo pero todo deteriorado, sin carátula y rayado. Le dije que me lo regalara. “Lléveselo – dijo – por que la verdad lo iba a echar a la basura”. Mi hermano le colocó carátula de cartulina rosada. Comencé a leerlo casi con frenesí. Después me compré una edición nueva y lo volví a leer en unas tres veces. Últimamente, lo leímos en grupo con los estudiantes de quinto de la escuela Nicolás Esguerra en Llanitos, más tarde comenzamos a leerlo en grupo con el grado quinto en la escuela Olaya Herrera en Llanitos, pero, por falta de tiempo, no pudimos terminarlo.

Este fue el libro puerta que me permitió llegar a casi toda su literatura mágica. Encontrarme su autobiografía intitulada: “Vivir para contarla”, para mí fue la mayor satisfacción, aunque pensaba que las biografías de los grandes son más de ficción y fantasía que realidad. En este caso, me equivoqué de cabo a rabo como solía decir el creador del surrealismo mágico. Nunca había leído una biografía tan cruda y escueta como ésta. Con su lectura por primera vez, tuve la certeza de que Gabo era un ser de carne y hueso, tan humano como cualquier ser humano que había tenido la genialidad de escribir con delite como una verdadera partitura musical.

No paraba de leer el texto de 579 páginas. Siempre cargaba el libro para todas partes. Leía en la sala de espera, en las agotadoras filas para pagar los servicios públicos, mientras espera el bus. En todas partes era lugar propicio para leer este maravilloso texto, lleno de datos, experiencias, sucesos, angustias, aguantadas de hambre, sueños inverosímiles con prostitutas, esperas eternas, acoso familiar para que fuera abogado, oportunidades frustradas, satisfacciones, etc.

Muchos años después, mientras caminaba espacioso por la avenida tercera en Ibagué (Tolima), vi una cantidad de libros en el piso, en plena calle, me acerqué y entablé diálogo con el vendedor quien me dijo que iba con destino a Ecuador. Sentí un estremecimiento glacial al ver dos libros de lujo y del mismo autor que se encontraba entre decenas y decenas de libros: Cien años de soledad y Vivir para contarla. Quedé estático. No sabía que hacer, porque ambas obras las había leído, en el caso de Cien años de soledad, varias veces y una vez, la segunda. “¿Cuánto valen estas obras?”, pregunté. “Están a precio de huevo”, me dijo. Mientras las acariciaba, volví a preguntar. “Las dos se las dejo en cuarenta mil pesos”. No terminó de hablar cuando le estaba pasando un billete de cincuenta mil.

Ayer, 26 de diciembre de 2025, a la 1:20 de la tarde, terminé de leer una vez más, este maravilloso reportaje histórico de la vida y obra del laureado escritor Gabriel García Márquez, en el apartamento mientras la llovizna menuda caía sobre los tejados del barrio Jordán de la ciudad musical de Colombia. Faltó el II tomo, todo porque los años y la muerte no se lo permitieron. De verdad habría que inventarlo o quizás volver a leer su literatura, sobre todo Cien años de soledad y por la Segunda, reportajes sobre la verdadera historia de este continente que ha sido oculta y tergiversada por la dictadura mediática.

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