Por Agamenón
Mientras los medios masivos de comunicación con su discurso alienante, insisten en hacer creer que los cultos son los que estudian en las mejores universidades del mundo y tienen mucho dinero, los hechos tozudos nos demuestran casi siempre todo lo contrario. Con honrosas excepciones, la vulgaridad, la codicia y la avaricia campean allá arriba y con qué amplitud y frecuencia.
Por estos días, tuve la oportunidad de escuchar una conversación de campesinos al calor de las cervecitas. El tema era álgido, político, las elecciones del 19 de junio. Fue una conversa sostenida, amplia y argumentada. Lo que más me llamó la atención fue la forma decente como se adelantó dicho diálogo. Nadie se ofuscó. Por el contrario. Entre carcajadas cada uno fue exponiendo su punto de vista, incluso, contradiciendo con argumentos.
Quien presidía la reunión, un hombre alto y atlético de antiparras, propuso el tema sin ambages: “Por un gobierno culto, decente y humano”. Todos soltaron la carcajada al decir: “¡Petrista!” El hombre de gafas, los miró burlón. “Pero, si los medios de comunicación dicen que es un criminal y eso lo repiten como loritos sus seguidores sin quitarle una coma”, dijo.
“Soy rodolfista porque el susodicho es ingeniero y empresario”, dijo uno de los presentes acomodándose el sombrero oscuro y alón. “Además, me gusta como se expresa, habla como nosotros a los hijueputazos”. Todos rieron. “¿Tiene coherencia mi tesis con su argumentación?”, interrogó el hombre de las antiparras.
“Por supuesto que no”, dijeron todos en coro, incluyendo al rodolfista. “Lo que sucede es que el mundo anda como es y no como quisiéramos que anduviera”, dijo el rodolfista. “Yo considero – dijo otro de los presentes – es que debemos sacudirnos del yugo de la palabra única, la imagen única. Superar nuestro nivel, mejorar el lenguaje, agudizar más el oído y derribar de una vez por todas el complejo de inferioridad. Por humilde que seamos, por ignorantes políticos que seamos, merecemos respeto y admiración. Les digo sinceramente que me daría pena que ese señor fuera presidente. No tiene nada en la cabeza, es avaro, está investigado por corrupción, dice que le gusta hacer solo promesas de campaña, que admira a Adolfo Hitler, que la mujer tiene su puesto en la cocina, que necesita el voto de la Virgen y de las putas, que el primer día de su remoto gobierno va a decretar la conmoción interior (Estado de sitio), para gobernar como un monarca del siglo XIV, que les pagará a los maestros solo nueve meses en el año, que va a acabar con todas las embajadas, menos la de Estados Unidos, que va a llevar a todos los colombianos a conocer el mar, que la jornada de trabajo será de seis a cuatro de la tarde con solo media hora para almorzar, que no hace acuerdos con ninguno, pero bienvenidos los votos de donde sea porque el fin justifica los medios, que va a donar su salario, que no se va a subir a un taxi sino a un Uber, porque ahí va mejor y solo paga $18.000 pesos por hora, que va a invitar al Papa y que va a acabar con la corrupción…”
La carcajada fue espléndida. Esa retahíla dicha por este anciano de 77 años de edad y que el participante simplemente estaba repitiendo con exactitud, exacerbó la discusión, pero sin perder la cordura y el respeto entre ellos. La cerveza espumosa bajaba por sus gargantas haciendo gorgoreo. “Pienso – dijo el de antiparras – que la cultura debe prevalecer porque todos y todas merecemos respeto. Esta no puede ser exclusividad supuestamente de la clase alta, oligarca, nosotros como pueblo también somos cultos y necesitamos que nos traten así, es decir, con cultura. La decencia no pelea con nadie y de ésta depende en grado sumo el humanismo. No podemos aceptar un gobierno que desde ya nos está diciendo que nos va a tratar a los hijueputazos”.
El rodolfista, se movió en su asiento al decir: “No hay más, ese otro señor es guerrillero, asesino, violó mujeres en el monte, incendió el Palacio de Justicia, mató a los Magistrados”. Lo dijo con qué precisión y cierta convicción. El más joven, era de piel morena, labios gruesos y voz grave. “Mejor dicho es un monstruo”, dijo sin dejar de reír. “Usted repite maquinalmente lo que dicen los medios de comunicación sin quitarle una coma. No piensa en lo que dice. Ese otro señor, como usted le dice, estuvo un tiempo en el M-19, básicamente como educador político, dígase ideólogo. Durante el Palacio de Justicia, lo torturaba la inteligencia militar en el cantón norte. La guerrilla no incendió el Palacio de Justicia, no mató a los Magistrados. No lo digo yo, lo dicen los exámenes de balística, estuvo más en la ciudad que en el campo, entonces ¿a qué horas iba a violar jovencitas como repite usted como loro? Es más: Por hacer un barrio en Zipaquirá siendo concejal, fue a la cárcel y pagó año y medio de prisión supuestamente por rebelión. ¿Lo sabía usted? Es una persona culta. ¿Cuántos madrazos le ha escuchado usted?”
“Mi posición, dijo otro de los asistentes, flaquito como un fideo, alto y encorvado, es que nosotros como pueblo estamos amaestrados y le tememos a la libertad y a la justicia social. Y resulta lógico, obvio, pues nunca hemos tenido ni libertad, ni justicia social, ni democracia en Colombia. No sabemos qué es eso, cómo se come. Al no saber, nos da pánico, miedo, cosas que aprovecha la clase dominante para imponernos su discurso de miedo y odio al que está luchando contra esa clase dominante. Y nosotros, en vez de defender y apoyar a esa persona que quiere hacer algo por nosotros, nos ponemos en contravía y a favor de la clase social de la cual nosotros nunca nos incluirán. No es un invento de una mente calenturienta, es una realidad que ya casi supera los doscientos años. O sea, usted no me puede decir ahora que es un invento mío, es la cruda realidad. No tengo por qué mentir. ¿Para qué?”
Entre sorbo y sorbo el rodolfista se retorcida en su asiento. Añoraba tener un solo argumento para rebatir a sus contertulios. Nunca se había preocupado por aprender, saborear una lectura, ir a un taller de estudio, leer el semanario VOZ La Verdad del Pueblo, la revista Taller, simplemente se había dedicado al mensaje noticioso de RCN, Caracol, El Tiempo, El Espectador, la Revista Semana y otros. Estaba convencido que con esos mensajes alienantes eran suficientes para sostener un debate y triturar al contrincante.
La discusión se prolongó hasta bien entrada la noche. Embriagados, decidieron poner punto final. Turulato el rodolfista se puso en pie y mirando a sus contertulios, señaló: “Ustedes tienen la razón, pero yo votaré por ese hijo de puta, me nace hacerlo, temo al comunismo”. Todos rieron. “Con usted o sin usted, Petro será presidente, prepárese a ser expropiada en usted la pobreza, el desempleo y la violencia”. Todos rieron mientras se despedían.
Por estos días, tuve la oportunidad de escuchar una conversación de campesinos al calor de las cervecitas. El tema era álgido, político, las elecciones del 19 de junio. Fue una conversa sostenida, amplia y argumentada. Lo que más me llamó la atención fue la forma decente como se adelantó dicho diálogo. Nadie se ofuscó. Por el contrario. Entre carcajadas cada uno fue exponiendo su punto de vista, incluso, contradiciendo con argumentos.
Quien presidía la reunión, un hombre alto y atlético de antiparras, propuso el tema sin ambages: “Por un gobierno culto, decente y humano”. Todos soltaron la carcajada al decir: “¡Petrista!” El hombre de gafas, los miró burlón. “Pero, si los medios de comunicación dicen que es un criminal y eso lo repiten como loritos sus seguidores sin quitarle una coma”, dijo.
“Soy rodolfista porque el susodicho es ingeniero y empresario”, dijo uno de los presentes acomodándose el sombrero oscuro y alón. “Además, me gusta como se expresa, habla como nosotros a los hijueputazos”. Todos rieron. “¿Tiene coherencia mi tesis con su argumentación?”, interrogó el hombre de las antiparras.
“Por supuesto que no”, dijeron todos en coro, incluyendo al rodolfista. “Lo que sucede es que el mundo anda como es y no como quisiéramos que anduviera”, dijo el rodolfista. “Yo considero – dijo otro de los presentes – es que debemos sacudirnos del yugo de la palabra única, la imagen única. Superar nuestro nivel, mejorar el lenguaje, agudizar más el oído y derribar de una vez por todas el complejo de inferioridad. Por humilde que seamos, por ignorantes políticos que seamos, merecemos respeto y admiración. Les digo sinceramente que me daría pena que ese señor fuera presidente. No tiene nada en la cabeza, es avaro, está investigado por corrupción, dice que le gusta hacer solo promesas de campaña, que admira a Adolfo Hitler, que la mujer tiene su puesto en la cocina, que necesita el voto de la Virgen y de las putas, que el primer día de su remoto gobierno va a decretar la conmoción interior (Estado de sitio), para gobernar como un monarca del siglo XIV, que les pagará a los maestros solo nueve meses en el año, que va a acabar con todas las embajadas, menos la de Estados Unidos, que va a llevar a todos los colombianos a conocer el mar, que la jornada de trabajo será de seis a cuatro de la tarde con solo media hora para almorzar, que no hace acuerdos con ninguno, pero bienvenidos los votos de donde sea porque el fin justifica los medios, que va a donar su salario, que no se va a subir a un taxi sino a un Uber, porque ahí va mejor y solo paga $18.000 pesos por hora, que va a invitar al Papa y que va a acabar con la corrupción…”
La carcajada fue espléndida. Esa retahíla dicha por este anciano de 77 años de edad y que el participante simplemente estaba repitiendo con exactitud, exacerbó la discusión, pero sin perder la cordura y el respeto entre ellos. La cerveza espumosa bajaba por sus gargantas haciendo gorgoreo. “Pienso – dijo el de antiparras – que la cultura debe prevalecer porque todos y todas merecemos respeto. Esta no puede ser exclusividad supuestamente de la clase alta, oligarca, nosotros como pueblo también somos cultos y necesitamos que nos traten así, es decir, con cultura. La decencia no pelea con nadie y de ésta depende en grado sumo el humanismo. No podemos aceptar un gobierno que desde ya nos está diciendo que nos va a tratar a los hijueputazos”.
El rodolfista, se movió en su asiento al decir: “No hay más, ese otro señor es guerrillero, asesino, violó mujeres en el monte, incendió el Palacio de Justicia, mató a los Magistrados”. Lo dijo con qué precisión y cierta convicción. El más joven, era de piel morena, labios gruesos y voz grave. “Mejor dicho es un monstruo”, dijo sin dejar de reír. “Usted repite maquinalmente lo que dicen los medios de comunicación sin quitarle una coma. No piensa en lo que dice. Ese otro señor, como usted le dice, estuvo un tiempo en el M-19, básicamente como educador político, dígase ideólogo. Durante el Palacio de Justicia, lo torturaba la inteligencia militar en el cantón norte. La guerrilla no incendió el Palacio de Justicia, no mató a los Magistrados. No lo digo yo, lo dicen los exámenes de balística, estuvo más en la ciudad que en el campo, entonces ¿a qué horas iba a violar jovencitas como repite usted como loro? Es más: Por hacer un barrio en Zipaquirá siendo concejal, fue a la cárcel y pagó año y medio de prisión supuestamente por rebelión. ¿Lo sabía usted? Es una persona culta. ¿Cuántos madrazos le ha escuchado usted?”
“Mi posición, dijo otro de los asistentes, flaquito como un fideo, alto y encorvado, es que nosotros como pueblo estamos amaestrados y le tememos a la libertad y a la justicia social. Y resulta lógico, obvio, pues nunca hemos tenido ni libertad, ni justicia social, ni democracia en Colombia. No sabemos qué es eso, cómo se come. Al no saber, nos da pánico, miedo, cosas que aprovecha la clase dominante para imponernos su discurso de miedo y odio al que está luchando contra esa clase dominante. Y nosotros, en vez de defender y apoyar a esa persona que quiere hacer algo por nosotros, nos ponemos en contravía y a favor de la clase social de la cual nosotros nunca nos incluirán. No es un invento de una mente calenturienta, es una realidad que ya casi supera los doscientos años. O sea, usted no me puede decir ahora que es un invento mío, es la cruda realidad. No tengo por qué mentir. ¿Para qué?”
Entre sorbo y sorbo el rodolfista se retorcida en su asiento. Añoraba tener un solo argumento para rebatir a sus contertulios. Nunca se había preocupado por aprender, saborear una lectura, ir a un taller de estudio, leer el semanario VOZ La Verdad del Pueblo, la revista Taller, simplemente se había dedicado al mensaje noticioso de RCN, Caracol, El Tiempo, El Espectador, la Revista Semana y otros. Estaba convencido que con esos mensajes alienantes eran suficientes para sostener un debate y triturar al contrincante.
La discusión se prolongó hasta bien entrada la noche. Embriagados, decidieron poner punto final. Turulato el rodolfista se puso en pie y mirando a sus contertulios, señaló: “Ustedes tienen la razón, pero yo votaré por ese hijo de puta, me nace hacerlo, temo al comunismo”. Todos rieron. “Con usted o sin usted, Petro será presidente, prepárese a ser expropiada en usted la pobreza, el desempleo y la violencia”. Todos rieron mientras se despedían.
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