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Flor Hilda Hernández, encontró el cuerpo de su hijo que había desaparecido hacía varios meses. Lo habían asesinado y luego hecho pasar por guerrillero |
Por Nelson Lombana Silva
Se abre una ventana para las víctimas
del régimen capitalista colombiano, en el marco de los diálogos que se
adelantan en la heroica isla de la libertad y de la dignidad, Cuba,
entre el movimiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia,
Ejército del Pueblo (FARC – EP) y el gobierno nacional liderado por Juan
Manuel Santos Calderón.
No es una dádiva del régimen. Por el
contrario. Es una conquista del pueblo alzado en armas después de
cincuenta años de heroica resistencia. Ese espacio hay que utilizar para
visibilizar las víctimas de una de las oligarquías más criminales del
continente e incluso, del mundo.
Por eso, resulta
determinante clarificar el origen de las víctimas. Por supuesto que el
régimen quiere hacer creer que el concepto de víctimas surgió con la
aparición de la lucha armada en Colombia. No es cierto. Se trata de
hacer historia para poder profundizar el origen de las víctimas a lo
largo y ancho de un país que aún no ha roto sus cadenas.
Hay
que mirar el espejo retrovisor y mirar hacia 1.492 cuando el genovés
Cristóbal Colón arriba a nuestro continente rodeado de ex presidiarios,
avaros y criminales de la peor calaña, animados y deslumbrados por las
riquezas auríferas a lo largo del continente del cual hace parte
Colombia.
Dicen los entendidos en la materia que al arribo
de estos vulgares invasores había en este continente 40 millones de
aborígenes y que en menos de cuarenta años fueron reducidos a 4
millones. Las enfermedades venéreas, la explotación desalmada y el
brutal genocidio, borraron las costumbres ancestrales y nos impusieron a
sangre y fuego religión, idioma y costumbres extranjeras.
¿Qué
siguió para estos pueblos llamados hoy latinoamericanos? Explotación,
miseria, desempleo, robo de nuestros recursos naturales, dependencia,
imposición y dominio imperial, ayer por España hoy por los Estados
Unidos.
Esa visión global e histórica es la que hay que
abordar ahora que se plantea la posibilidad de oír a las víctimas. Oír a
las víctimas es un decir, porque en realidad lo que se busca debe ser:
Verdad, justicia, reparación y compromiso de no repetición. Esa debe ser
la consigna a defender. Hacer otra cosa es, sencillamente, burla y
traición. No se trata de escuchar por escuchar, como pretende al parecer
el gobierno nacional. Montar una especie de “show mediático” para
golpear a la insurgencia y el régimen maquillar su responsabilidad
histórica.
El Partido Comunista Colombiano ha planteado
ampliar el concepto de víctimas, propuesta audaz y consecuente con la
realidad concreta del conflicto interno que ha padecido y viene
padeciendo el pueblo colombiano. Hay que hablar de los presos políticos,
las víctimas de los falsos positivos, las comunidades violentadas por
exigir sus derechos por una fuerza pública criminal, tal el caso del
Esmad. Pero también, víctimas del desempleo, de la falta de salud,
educación, de la falta de vivienda, etc.
Víctimas del
terrorismo de Estado, de las siete bases norteamericanas gringas,
víctimas del subdesarrollo, de la falta de soberanía nacional, de la
carencia de independencia para elegir nosotros mismos nuestro propio
destino, etc.
No podemos permitir que nos encasillen el
gobierno nacional y sus medios de comunicación en un concepto aislado,
corto y ahistórico de víctimas. Hay que hacer todo un trabajo político y
pedagógico para determinar claramente las causas del conflicto. No se
puede permitir que se confunda las causas con las consecuencias. Por
ejemplo, la existencia de la lucha armada revolucionaria no es una
causa, es una consecuencia de un régimen antidemocrático, sectario,
criminal y excluyente, que durante tantos años se ha sostenido en el
poder a través del bipartidismo y sobre montañas de crímenes
horripilantes.
En ese largo recorrido y diversidad de
víctimas, hay que relievar a las víctimas por motivos políticos, por
ejemplo. Caso concreto de los Comunistas. A Colombia llegó primero el
anticomunismo que el comunismo. Antes del invento de la figura de
terrorismo de Ronald Reagan y George W. Bush, el demonio que había que
exorcizar y borrar de la faz del mundo era el comunismo. El enemigo
interno, enseñaban los libretos de la tenebrosa escuela de las Américas
que durante tantos años funcionó en Panamá. Allí, enseñaban a nuestros
soldados y comandantes a odiar a sus hermanos de clase, a torturar,
desaparecer, asesinar. Por el honor de todas esas víctimas anónimas ni
un minuto de silencio. Es el momento de reivindicar y exigir una vez más
justicia y que todos esos crímenes no queden eternamente en la
impunidad.
El debate está abierto. En primera línea deben
estar los comunistas, los demócratas, los filántropos, los humanistas.
No se puede hacer caso omiso y dejar que el gobierno y sus medios de
comunicación manipulen a su antojo esta discusión. Recordemos que la
neutralidad no existe y la lucha de clases es más vigente que nunca. Hay
que organizar debates, conferencias y organización entorno a las
víctimas que hoy claman justicia, en las distintas veredas y barrios de
Colombia. Hay que pasar de la teoría a la práctica, de lo contrario,
estamos condenados a otros cien años de soledad, como dijera nuestro
nobel de literatura, Gabriel García Márquez.
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En
la imagen, madre sin consuelo. En septiembre de 2008 Flor Hilda
Hernández, de Soacha, Cundinamarca, viajó hasta Ocaña, Norte de
Santander, donde encontró el cuerpo de su hijo que había desaparecido
hacía varios meses. Lo habían asesinado y luego hecho pasar por
guerrillero en el escándalo de los falsos positivos. Foto: Edgar
Cusgüén-Periódico La Opinión.
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