
Así ocurrió la desaparición de Armero, Tolima, el 13 de noviembre de 1985. Foto internet
Por Nelson Lombana Silva
Hace cuarenta años vivía en la gélida y deshumanizada ciudad de Bogotá. La tensión era alta ese 13 de noviembre, porque al otro día tenía que presentar el examen de admisión en la universidad Católica, propiedad de Álvaro Gómez Hurtado. Además, tenía que pasar en blanco esa noche, porque prestaba los servicios de seguridad en la empresa de acueducto y alcantarillado.
Era una noche oscura y tranquila suavizada por un vientecillo gélido. Creo que después de las diez comenzó un movimiento brusco de carrotanques, sus conductores corrían de un lado para otro ultimando detalles. Algunos cuchicheaban en voz baja, mientras otros gritaban. Yo estaba en la portería.
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| Lo que el viento y la tempestad se llevó por obra y gracia de la burguesía colombiana. Foto internet |
Qué sorpresa ver a esa hora al samario ingeniero hidráulico que me estaba ayudando a ingresar a esta universidad a estudiar ingeniería civil, era el secretario general de dicha facultad. Me le acerqué a pedir su registro y autorización de salida. “¿Qué pasó doctor?”, le dije en voz baja. “El nevado del Ruiz hizo erupción y enterró a su pueblo”, me dijo nervioso. zurumbático por la noticia, no se cómo tuve valor para preguntar cuál pueblo. “Armero”, me dijo. “No soy de Armero, soy de Anzoátegui”, le contesté. “Mañana tiene el examen de admisión, no falle, aunque ya está dentro”, me dijo alejándose en el vehículo de la empresa, encabezando el desfile de carrotanques.
Permanecí algunos segundos ensimismados mirando el desfile de vehículos. El supervisor me sacó de este estado preguntando qué pasaba. Al comunicarle la noticia se golpeó la frente con la mano derecha. “Carajo, el nevado cumplió”, dijo pensativo. Mi compañero de labor, hurgó rápido en su bolso oscuro, sacando un pequeño receptor, comenzando a escuchar el crudo y tétrico relato del locutor, que presentaba la noticia con sensacionalismo.
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| Los nobles animales brutos padecieron la insensibilidad de los gobernantes de la época. Foto Internet |
Turulato comencé a caminar por la puerta principal sin rumbo fijo. La calma había retornado, ya no había más movimiento de carros. Di un par de vueltas con la mirada clavada en el piso, imaginándome la tragedia tan anunciada. De pronto vino a la memoria mi hermano Gustavo, que, si bien laboraba como docente en el municipio de Mariquita, viajaba con bastante frecuencia a Armero, a comprar el semanario Voz Proletaria y a compartir con compañeros y compañeras, simpatizantes del Partido Comunista de este promisorio pueblo, considerado la “ciudad blanca de Colombia”.
Nuevamente entré en pánico. Un temblor recorrió todo mi cuerpo. Comenté la novedad con la voz partida por la emoción, haciendo fuerza de no dejar escapar lágrimas. Creo que fue el supervisor quien me dio la idea de llamar a la emisora. Mi compañero ayudó. La respuesta mentirosa del locutor me heló la sangre: Primero me dijo que estaba fuera de peligro y después que estaba herido, pero no de gravedad.
Esa noche no pude comunicarme ni con Anzoátegui, ni con Mariquita. Fue una verdadera pesadilla. La noche avanzaba lenta, mientras tanto, yo hacía cientos de conjeturas. Por supuesto, no dimensionaba la magnitud de la tragedia, imaginaba que solamente algunos barrios habían sido afectados. Comencé a tomar conciencia cuando Yamith Amat, dijo más o menos: “Desapareció totalmente Armero”. Ya en la pieza donde dormía, no pude detener más las lágrimas. llorando hasta desahogarme. “Una tragedia anunciada”, me decía con rabia.
Me tranquilicé un poco cuando pude comunicarme con mi hermana Mariela diciéndome que Gustavo estaba bien, que ya se había comunicado. El alma me vino al cuerpo. Pero, mi tristeza volvió cuando comencé a mirar las imágenes que transmitía la televisión. Las miraba con dolor e indignación, pensando una y otra vez: “Si el presidente de la república Belisario Betancur hubiera tenido a su madre en esta ciudad, la tragedia no hubiera sucedido”. Esto lo afirmé en la empresa donde laboraba y en cuanta persona encontraba hablando del tema.
Mucho tiempo después concluí que el gobierno había responsabilizado a la naturaleza de la tragedia, con el único propósito de eludir su responsabilidad como gobernante. Más bien, esta tragedia le sirvió para opacar el magnicidio ocurrido el 6 y 7 de noviembre en el palacio de Justicia.


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