Hemos vuelto a leer la novela “El General en su laberinto”, del laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez. Es el séptimo libro que leemos en tiempos de pandemia del Covid – 19 o coronavirus. Inmediatamente, asumimos el reto placentero de leer “Alternativa, lo mejor de la revista que marcó a una generación”, texto que incluye escritos del nobel de literatura nunca antes reeditados en Colombia. El prólogo, selección y comentarios de Enrique Santos Calderón.
La cautivante novela de García Márquez sobre el general Simón Bolívar tiene el mérito de presentar al Libertador al desnudo, en el último viaje que hizo entre Bogotá y Santa Marta, por el río Magdalena. Logra con su brillante literatura desmitificarlo y presentarlo como ser humano acosado por la ingratitud, la enfermedad, la vejez prematura y la traición de los mantuanos generales que se pusieron al servicio de Estados Unidos y la naciente burguesía, entre ellos, el general Francisco de Paula Santander.
Esta obra literaria fue un desafío a la Academia de Historia que hasta entonces tenía al Libertador atrapado en frías estatuas, impidiendo que su vigente pensamiento recorriera de nuevo el continente americano. Su versión más acentuada era que era guapísimo para pelear y conquistar féminas. En eso se resumía la vida y obra del Libertador, contada por estos mantuanos historiadores del establecimiento.
Gabriel García Márquez, lo baja de ese pedestal casi sobrenatural y lo presenta claramente con sus defectos y sus cualidades, sus errores y sus aciertos, sus triunfos y sus derrotas. Es decir, humano demasiado humano como diría el filósofo Federico Nietzsche. Un Bolívar que no es solamente pasado, ante todo, es presente y futuro.
Bolívar era algo más que un luchador de espada con ambas manos, era ante todo un pensador, un estratega, un visionario, un revolucionario, que consagró su vida y sus bienes (pues era bastante adinerado), a la primera independencia de este continente. Sin embargo, murió con camisa rota y fue sepultado con camisa prestada, en la Quinta de San Pedro Alejandrino, propiedad de don Joaquín de Mier. Fue tal la ingratitud de Santander y los anarquistas que Bolívar muere en esta Quinta propiedad de un español, prácticamente en la miseria económica.
El distanciamiento con Santander era evidente. Éste intentó asesinarlo en varias oportunidades. Se opuso radicalmente al proyecto integracionista de hacer de América una sola república desde Méjico hasta la Patagonia. Tempranamente se puso al servicio de Estados Unidos y de la naciente burguesía criolla. “Es avaro y cicatero por naturaleza, pero sus razones eran todavía más zurdas: El caletre no le daba para ver más allá de las fronteras coloniales”, afirmaba Bolívar. Dijo el Libertador que el golpe mortal a la integración lo dio Santander al invitar a Estados Unidos al Congreso de Panamá. “Era como invitar al gato a la fiesta de los ratones”. Agregó: “Y todo porque los Estados Unidos amenazaban con acusarnos de estar convirtiendo el continente en una liga de estados populares contra la Santa Alianza. ¡Qué horror!”.[i]
Carreño quiso regresar a Venezuela a retomar la lucha venida a menos por la anarquía y la avaricia personal. Bolívar le aconseja que no lo haga. El único argumento que expone es que por lo menos Venezuela es su patria. Bolívar, le responde contunde y con grandeza: “No seas pendejo, para nosotros la patria es América, y toda está igual: Sin remedio…Esto se lo llevó el carajo”.[ii]
Bolívar demandó de Santander no publicar sus cartas: “No mande usted a publicar mis cartas, ni vivo ni muerto, porque están escritas con mucha libertad y en mucho desorden”. No cumplió. Dice Gabo: “Tampoco lo complació Santander, cuyas cartas, al contrario de las suyas, eran perfectas de forma y de fondo, y se veía a simple vista que las escribía con la conciencia de que su destinatario final era la historia”.[iii]
Santander era ambicioso a morir. En una recepción ofrecida en Santa Fe – cuenta Gabo – le ciñeron a Bolívar una corona de laureles. Él se la quitó con elegancia y se la puso a Santander a ver cómo reaccionaba. La asumió sin inmutarse. Bolívar era antiimperialista. Afirmaba que nada nos unida a Estados Unidos: Ni el idioma, ni la religión, ni las costumbres. Al aconsejar a Iturbide, dijo: “Tampoco se vaya con su familia para los Estados Unidos, que son omnipotentes y terribles, y con el cuento de la libertad terminarán por plagarnos a todos de miserias”.[iv]
Fue un luchador insobornable contra la corrupción y el despilfarro del erario público. Siendo presidente decretó la pena de muerte para todo funcionario que se robara más de diez pesos. En cambio, era desprendido con sus bienes. En un abrir y cerrar de ojos gastó toda su fortuna en la encarnizada lucha de liberación. Sus sueldos eran repartidos entre las viudas y lisiados de la guerra. Donó algunas propiedades suyas a sus sobrinos, a sus hermanas les regaló su casa en Caracas, sus tierras las repartió entre los esclavos liberados. Dice Gabo: “Rechazó un millón de pesos que le ofreció el congreso de Lima en la euforia de la liberación. La quinta de Monserrate, que el gobierno le adjudicó para que tuviera un lugar digno donde vivir, se la regaló a un amigo en apuros pocos días antes de la renuncia. En el Apure se levantó de la hamaca en que estaba durmiendo y se la regaló a un baquiano para que sudara la fiebre, y él siguió durmiendo en el suelo envuelto en un capote de campaña. Los veinte mil pesos duros que quería pagar de su dinero al educador cuáquero José Lancaster no eran una deuda suya sino del estado. Los caballos que tanto amaba se los iba dejando a los amigos que encontraba a su paso, hasta Palomo Blanco, el más conocido y glorioso, que se quedó en Bolivia presidiendo las cuadras del mariscal de Santa Cruz. De modo que el tema de los empréstitos malversados lo arrastraba sin control a los extremos de la perfidia”.[v]
Era enemigo de las deudas y de los empréstitos, sobre todo aquellos despilfarrados. “Aborrezco a las deudas más que a los españoles”, dijo y agregó: “Por eso le advertí a Santander que lo bueno que hiciéramos por la nación no serviría de nada si aceptábamos la deuda, porque seguiríamos pagando réditos por los siglos de los siglos. Ahora lo vemos claro: La deuda terminará derrotándonos”.[vi] El General tuvo el preludio de la inmoral Deuda Externa que como dijo Fidel Castro Ruz, es incobrable e impagable.
Dos cosas más nos llamaron poderosamente la atención del Libertador: Su don de gente y su amor por los animales. Hacía todo el esfuerzo por estar en contacto con el pueblo (las masas). Dice Gabo: “En sus viajes, el general solía hacer paradas casuales para indagar por los problemas de la gente que encontraba en el camino. Les preguntaba por todo: La edad de los hijos, la clase de sus enfermedades, el estado de sus negocios, lo que pensaban de todo”.[vii]
Amaba a los perros tanto como a los caballos y a las flores. Cuando se embarcó por primera vez para Europa se llevó dos cachorros hasta Veracruz (Méjico); mientras atravesaba los Andes, lo acompañaban más de diez. Nevado era el más célebre. Lo había acompañado en las primeras campañas. Murió de un lanzazo en la primera batalla de Carabobo. Durante el brutal atentado del 25 septiembre, el General hizo contar entre las víctimas a dos sabuesos que degollaron los asaltantes. En su último viaje llevaba dos que le quedaban y uno más que recogió durante la travesía. La noticia que le comunicó Montilla que en un día había envenenado a propósito cincuenta perros, lo deprimió sobre manera, al extremo de comprometerse no seguir con esta campaña de exterminio.
De igual manera, esta obra literaria reivindica la gran gesta de Manuelita Sáenz. Los historiadores oficiales siempre han dicho con bombos y platillos e incluso, con cierto morbo, que era simplemente la amante eterna del libertador. Ese era su único mérito. Se jugó la vida de tú a tú no solo por el libertador sino por la libertad del continente. En varias oportunidades salvó a Bolívar. Incluso, adelantó campaña en favor de restituirle los poderes al libertador, a pesar de la presión insistente de los conspiradores. Distribuía folletines destacando la personalidad del General, borraba los letreros fijados en las paredes en su contra, entraba a los cuartes con uniforme de coronela, estuvo organizando una revuelta general para restituirle los derechos al Libertador.
Relata Gabo: “Manuela había asumido a fondo y hasta con demasiado júbilo su papel de primera bolivarista de la nación, y libraba sola una guerra de papel contra el gobierno. El presidente Mosquera no se atrevió a proceder contra ella, pero no impidió que lo hicieran sus ministros. Las agresiones de la prensa oficial las contestaba Manuela con diatribas impresas que repartía a caballo en la Calle Real, escoltadas por sus esclavas. Perseguía lanza en ristre por las callejuelas empedradas de los suburbios a los que repartían las papeluchas contra el general, y tapaba con letreros más insultantes los insultos que amanecían pintados en las paredes. La guerra oficial terminó por ser contra ella con nombre propio. Pero no se acobardó. Sus confidentes dentro del gobierno le avisaron, un día de fiestas patrias, que en la plaza mayor se estaba armando un castillo de fuegos artificiales con una caricatura del general vestido de rey de burlas. Manuela y sus esclavas pasaron por encima de la guardia, y desbarataron la obra con una carga de caballería. El propio alcalde trató entonces de arrestarla en su cama con un piquete de soldados, pero ella los esperó con un par de pistolas montadas, y solo la mediación de los amigos de ambas partes impidió un percance mayor”.[viii]
El truchimán de Santander en uno de sus primeros actos de gobierno, la desterró del país. Con dignidad se mantuvo Manuela Sáenz, primero en Jamaica y después en Paita, puerto casi desconocido en el Pacífico. Murió de una epidemia de peste, a la edad de 59 años. Su cabaña fue incinerada por la policía sanitaria con los documentos del general, entre ellos, sus cartas íntimas. Se dijo que se tomaba esa fatal medida por higiene, pero en realidad lo que buscaba el gobierno pro imperialista era borrar el ejemplo inmortal de la considerada libertadora del libertador.
Como dijera Martí: Lo que no hizo Bolívar, está por hacer. Con Gabo Bolívar se yergue más vigente que nunca en esta dura lucha por la segunda y definitiva independencia. No hay duda. El ejemplo de Manuela Sáenz también brilla vigente en el corazón joven de esta generación que busca romper las cadenas atroces que la ata y le impide ser libre y soberana.
[i] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El General en su Laberinto. Editorial Oveja Negra. Novela. 1989. Página consultada 192.
[ii][ii] Ibíd. Página consultada 170.
[iii] Ibíd. Página consultada 226.
[iv] Ibíd. Página consultada 225.
[v] Ibíd. Página consultada 193.
[vi] Ibíd. Página consultada 222.
[vii] Ibíd. Página consultada 172.
[viii] Ibíd. Página consultada 228.
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