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Foto: Universidad Industrial de Santander |
Por Nelson Lombana Silva
La más grande lección de dignidad ha dado el presidente del cambio, Gustavo Petro Urrego, al exigirle al imperialismo norteamericano, respeto por los conciudadanos que laboran allí, algunos en precarias condiciones, en este supuesto “sueño americano”. No le tembló ni la voz, ni el pulso, para enseñarle al criminal presidente, Donal Trump, que los colombianos merecen respeto, consideración y admiración. No todos son “desechables” y criminales, como el mandatario gringo con alarde de grandeza lo afirmó.
Una vez más, nuestro presidente demostró el amor por su pueblo, el amor por la dignidad, la soberanía nacional y la identidad colombiana. El mundo todavía está absorto de la acción valiente y audaz del presidente Petro. Realmente, fue una bofetada en pleno rostro a un régimen que está acostumbrado a la adulación y a que todo el mundo debe bajarle la cabeza ante el gran imperio, sin chistar una palabra.
Señor Trump, Petro no es Pastrana, Uribe, Santos o Duque, sus vasallos incondicionales y lamebotas que durante sus mandatos mantuvieron las rodilleras, sin ningún tipo de vergüenza. Petro es un estadista con dignidad que ama a su pueblo hasta llegar a arriesgar su propia vida en muchas veces. Deber recordar que los pueblos son eternos y los imperios efímeros. El imperio romano fue tan criminal y poderoso, pero finalmente fue derrotado.
Causa burla la reacción de la pútrida oligarquía colombiana ante esta lección de dignidad. Utilizan sus medios de comunicación para hacer creer que la dignidad no es importante, que lo importante es la sumisión, arrastrarse sin vergüenza ante el imperio del norte.
Hay que rodear aún más al presidente y al Pacto Histórico, mover la masa para que entienda el sentido de esta audaz y valiente decisión. Estar presto de la movilización nacional, llegar al barrio, a la vereda. No podemos quedarnos cruzados de brazos como simples espectadores. Hay que debatir y argumentar.
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