La diplomacia que vienen desarrollando el presidente Iván Duque Márquez y el canciller Carlos Holmes Trujillo en la arena internacional, realmente causa vergüenza por un lado y por el otro, indignación, dolor de patria. Lo que muestran estos dos peones de Estados Unidos es sumisión extrema.
La presencia de Iván Duque Márquez en la reciente sesión de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es una verdadera vergüenza. Más del 80 por ciento de su pobre intervención la dedicó a agitar la violencia contra la hermana República Bolivariana de Venezuela y su gobierno democrático encabezado por el presidente Nicolás Maduro Moros.
La extrema sumisión al imperialismo, un verdadero “cachorro del imperio” como diría en su momento el comandante Hugo Chávez Frías, se reflejó de principio a fin en su mediocre intervención.
Muy poco y nada sobre los problemas acuciantes que vive Colombia, el continente y el mundo. Se calcula que en nuestro país mueren anualmente más de 125 mil niños de inanición, miles y miles de ancianos no solo padecen hambre sino absoluto abandono por parte Estado. El único empleo que viene ofreciendo el gobierno a la juventud es la guerra, como soldado, como policía, como paramilitar, como guerrillero.
Inmensos contingentes de mujeres de todas las edades tienen que prostituirse por necesidad económica, vender sus cuerpos por una sucia moneda para saciar en parte el hambre, la desnudez y la falta de techo.
El genocidio contra los líderes sindicales, populares, indígenas y el partido FARC, sigue común y silvestre. Al parecer el presidente hace alianza con los paramilitares llamados “Rastrojos” y el Ejército Nacional para facilitar el cruce ilegal de la frontera del forajido Juan Guaidó, agente de Estados Unidos, contra su patria Venezuela y no pasa nada. La senadora del Partido de la Muerte, Centro Democrático, Paloma Valencia sale en su defensa y dice cínicamente que los “Rastrojos” no son paramilitares, simplemente son narcotraficantes.
La esposa del contrarrevolucionario venezolano Leopoldo López, Lilian Tintori, no tiene empacho en reconocer públicamente que los paramilitares le vienen brindando ayuda en su “Organización Humanitaria”. Tampoco pasa nada. Los medios masivos callan deliberadamente.
La Soberanía Nacional se sigue violando con las nueve bases gringas, las cuales son intocables hasta por un general de la república. Nadie tiene ingreso a sus bases y no pasa nada, porque el problema es Venezuela. Primero, era la guerrilla la generadora de todos los males. Si llovía era culpa de la guerrilla, si hacía sol era culpa de la guerrilla, si los obreros salían a paro era culpa de la guerrilla, decía el comandante de las FARC – EP, Manuel Marulanda Vélez. Ahora, es Venezuela.
Sin embargo, en esta República Bolivariana hermana, hay más de 5 millones de colombianos y colombianas trabajando honrada y felizmente, colombianos y colombianas que tuvieron que salir en estampida por el terrorismo de Estado.
Los gobiernos de este país sudamericano, primero Chávez y ahora Maduro, han dado lo mejor de sí por ayudar a aclimatar la paz en Colombia, fueron factores determinantes en el Acuerdo de Paz de la Habana firmado en el teatro Colón de Bogotá el 24 de noviembre de 2016, el cual fue incumplido casi en su totalidad por el Estado en cabeza de Juan Manuel Santos primero y ahora Iván Duque Márquez. El Estado colombiano paga esta solidaridad, colocando su territorio como cabeza de playa para agredir política y militarmente a este pueblo, la gran patria del Libertador Simón Bolívar. ¡Qué desgracia!
La diplomacia colombiana es una verdadera “pecueca” que el pueblo colombiano debe rechazar y condenar con decisión y coraje. Debe exigir el cumplimiento del Derecho Internacional y, sobre todo, la libre autodeterminación de los pueblos. Colombia no tiene por qué prestarse para agredir a un hermano por orden de un imperio extranjero. Hoy más que nunca debe brillar la solidaridad, el internacionalismo proletario.
Colombia se merece una diplomacia decente, una diplomacia capaz de relacionarse con el mundo con decoro y dignidad, de frente y no arrastrándose en las rodillas como viene sucediendo con Duque y Holmes Trujillo. Colombia como la estirpe de los Buendía en Cien Años de Soledad, obra de Gabriel García Márquez, necesita una segunda oportunidad sobre la tierra con dignidad, patriotismo, internacionalismo y unidad. Eso será posible cuando el pueblo se decía a mandar para el carajo a esta rancia y criminal oligarquía que durante casi 200 años nos ha venido gobernando con las patas y con el cálculo económico. Rechacemos, entonces, la ridícula diplomacia colombiana, castigando los partidos de derecha, especialmente el Partido de la Muerte, El Centro Democrático. Ni un voto el 27 de octubre para ellos, todos para los candidatos y candidatas de izquierda y sectores progresistas.
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