lunes, 21 de diciembre de 2020

No es paramilitarismo, es militarismo

 


Por Nelson Lombana Silva

Circula en las redes sociales un vídeo de supuestos paramilitares fuertemente armados, moviéndose libremente por las tierras ubérrimas de Santander, seguramente con el propósito de generar miedo, pánico y así inmovilizar al pueblo duramente golpeado por el Centro Democrático y el descompuesto gobierno de Iván Duque Márquez.

Eso realmente no es paramilitarismo, es militarismo reaccionario, que utiliza el régimen para fomentar el terrorismo de Estado en Colombia. Como dijo en su momento Gustavo Petro, la única estructura militar que puede hacer presencia en todo el país y actuar simultáneamente son las fuerzas militares.

Eso explica el modus operandi que viene aconteciendo en Colombia. Hay plena libertad para amenazar, estigmatizar, desplazar y asesinar. Hay una estructura bien fundamentada y poderosa que tiene todo a su alcance para atemorizar. Y, mientras esto sucede, el ministro de Defensa se mantiene pendiente de la hermana república bolivariana de Venezuela y de sus aspiraciones presidenciales. Al pueblo que se lo lleve el carajo.

Esta postura de estado terrorista no es de ahora. Por el contrario. Ha sido la constante. En la época oscura de Laureano Gómez, Marino Ospina Pérez, Carlos y Alberto Lleras, entre otros, hicieron carrera desbocada los pájaros y la chusma. Ellos con el aval de estos gobiernos y las fuerzas militares, asesinaron a más de 300 mil colombianos y colombianas. Alguien dijo con fina y macabra ironía que, si se levantara una cruz por cada campesino asesinado, gran parte del territorio colombiano habría que declararlo cementerio.

Durante el gobierno del triste célebre ex presidente Julio Cesar Turbay Ayala, se implementó y legalizó el crimen de estado con el nefasto Estatuto de Seguridad. Cuántos crímenes, cuántas torturas, cuántas desapariciones, cuántos desplazamientos.

Luego, vino el exterminio de la Unión Patriótica y el Partido Comunista. El cruel conflicto que ha dejado más de 8 millones de víctimas. Los directos responsables (quizás con otros nombres), siguen utilizando el terrorismo de estado para que el pueblo no reclame sus derechos y siga postrado de rodillas ante esta cuadrilla de malhechores dueños de los medios y las relaciones de producción, los medios de comunicación, las religiones y demás aparatos represivos, entre ellos, el paramilitarismo.

Para esta clase dominante, su principal herramienta para sostenerse ilegal e ilegítimamente en el poder, su principal estrategia es la violencia. Prueba de ello, es el tenaz empeño de Uribe Vélez y su gobierno de bolsillo, de hacer trizas el proceso de paz concebido en la Habana (Cuba) y firmado en Bogotá, entre la entonces Farc – Ep y el Estado en cabeza del entonces presidente, Juan Manuel Santos Calderón. Esta oligarquía perversa no sabe hablar el lenguaje sonoro de la paz, su lenguaje soez y criminal es la violencia, el terrorismo de estado.

El pueblo colombiano no puede dejarse amilanar. Ni creer cuentos que una cosa es el paramilitarismo y otra el militarismo. Tampoco puede caer en la desesperanza y en el miedo inmovilizante. Hay que hacer un esfuerzo por entender los artilugios de la gran oligarquía y de paso, asumir una postura crítica y propositiva. El miedo no nos puede inmovilizar. Hay que trabajar por la unidad del pueblo. Solo de esta manera es posible parar este baño de sangre que vive el país y desenmascarar a ciencia cierta la diada: Militar-paramilitar. El destino de la humanidad no es la guerra, es la paz con justicia social, la cual se concreta en la medida que se concrete un gobierno con visión democrática, incluyente y propositiva, que respete la diversidad y sea garante de la pluralidad. Hay que derrotar el binomio militar-paramilitar en Colombia y construir la paz con justicia social.

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