Hace 35 años la considerada “ciudad blanca de Colombia”, Armero (Tolima), desaparecía producto de la desidia del gobierno nacional, en este caso del presidente Belisario Betancur Cuartas. Más de 25.000 armeritas sucumbían ante la indiferencia oficial de un régimen que le rinde culto de admiración al dinero y desprecio absoluto a la vida humana.
La tragedia era una crónica anunciada. El gobierno tenía clara la desastrosa desventura que se veía venir contra este promisorio pueblo. Estudios técnicos y científicos así lo decían. Sin embargo, el gobierno nacional en una decisión fría y criminal, esperó que ocurriera, responsabilizando a la naturaleza, en este caso, al nevado del Ruiz.
Ese cuento manido se acuñó desde un momento. Incluso, se sigue acuñando. Una tragedia que mató a más de 25.000 armeritas, entre niños, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres del pueblo. Ni un solo miembro de la gran oligarquía cayó allí.
Los pocos sobrevivientes, 35 años después, siguen viviendo el drama, sobre todo el abandono total del Estado. Van de un sitio para otro mendigando una oportunidad de vivir, siquiera sobrevivir, ante la indiferencia del Estado y la soledad tétrica del olvido. “Lo que el viento se llevó”, diría Margaret Mitchell.
La tragedia para este próspero pueblo del norte del Tolima, fue utilizada hábil e inescrupulosamente por el mismo gobierno para apoderarse de las mejores ayudas humanitarias venidas de los cuatro puntos cardinales del mundo, entregando a los damnificados solo migajas de poco valor. Al respecto hay testimonios conmovedores a granel. Adicionalmente, fue utilizado por la gran oligarquía para opacar el holocausto del Palacio de Justicia en Bogotá, ocho días antes.
Todos estos organismos del Estado en santa alianza se confabularon para llenar sus bolsillos sin contraer un solo músculo de sus ambiciosos rostros, ratificando con creces la esencia y naturaleza del capitalismo. Muchos triplicaron sus fortunas con el dolor ajeno, alcanzaron cargos de representación; los verdaderos responsables de tan enorme infamia, fueron condecorados y calificados por la gran prensa de “héroes”.
En el corazón compungido de los sobrevivientes, que van en todas direcciones de incógnita, totalmente ignorados, late la esperanza de saber la verdad y los responsables recibir el merecido castigo. La impunidad no puede ser perenne. Esa justicia añorada comenzará a materializarse en la práctica el día que el pueblo asuma el poder político del Estado y la mano justiciera del pueblo brille con todo su esplendor. Mientras esto no suceda, la impunidad seguirá reinando, se seguirá acusando al nevado del Ruiz de ser el culpable de la catástrofe. Incluso, muchos sobrevivientes seguirán apoyando a esa clase política y a ese Estado criminal. El analfabetismo político da para todo. A la memoria de los caídos, ni un minuto de silencio…35 años después, los seguimos recordando, su sacrificio colectivo clama justicia.
La tragedia era una crónica anunciada. El gobierno tenía clara la desastrosa desventura que se veía venir contra este promisorio pueblo. Estudios técnicos y científicos así lo decían. Sin embargo, el gobierno nacional en una decisión fría y criminal, esperó que ocurriera, responsabilizando a la naturaleza, en este caso, al nevado del Ruiz.
Ese cuento manido se acuñó desde un momento. Incluso, se sigue acuñando. Una tragedia que mató a más de 25.000 armeritas, entre niños, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres del pueblo. Ni un solo miembro de la gran oligarquía cayó allí.
Los pocos sobrevivientes, 35 años después, siguen viviendo el drama, sobre todo el abandono total del Estado. Van de un sitio para otro mendigando una oportunidad de vivir, siquiera sobrevivir, ante la indiferencia del Estado y la soledad tétrica del olvido. “Lo que el viento se llevó”, diría Margaret Mitchell.
La tragedia para este próspero pueblo del norte del Tolima, fue utilizada hábil e inescrupulosamente por el mismo gobierno para apoderarse de las mejores ayudas humanitarias venidas de los cuatro puntos cardinales del mundo, entregando a los damnificados solo migajas de poco valor. Al respecto hay testimonios conmovedores a granel. Adicionalmente, fue utilizado por la gran oligarquía para opacar el holocausto del Palacio de Justicia en Bogotá, ocho días antes.
Todos estos organismos del Estado en santa alianza se confabularon para llenar sus bolsillos sin contraer un solo músculo de sus ambiciosos rostros, ratificando con creces la esencia y naturaleza del capitalismo. Muchos triplicaron sus fortunas con el dolor ajeno, alcanzaron cargos de representación; los verdaderos responsables de tan enorme infamia, fueron condecorados y calificados por la gran prensa de “héroes”.
En el corazón compungido de los sobrevivientes, que van en todas direcciones de incógnita, totalmente ignorados, late la esperanza de saber la verdad y los responsables recibir el merecido castigo. La impunidad no puede ser perenne. Esa justicia añorada comenzará a materializarse en la práctica el día que el pueblo asuma el poder político del Estado y la mano justiciera del pueblo brille con todo su esplendor. Mientras esto no suceda, la impunidad seguirá reinando, se seguirá acusando al nevado del Ruiz de ser el culpable de la catástrofe. Incluso, muchos sobrevivientes seguirán apoyando a esa clase política y a ese Estado criminal. El analfabetismo político da para todo. A la memoria de los caídos, ni un minuto de silencio…35 años después, los seguimos recordando, su sacrificio colectivo clama justicia.
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