La política internacional de Colombia con el presidente Iván Duque Márquez, será similar, incluso, peor, de la desarrollada por su antecesor, Juan Manuel Santos Calderón, lo cual no es de extrañar por cuantos ambos representan los intereses de la oligarquía colombiana y el imperialismo norteamericano.
Sería ingenuo pensar que habría variación, como mínimo un poco de autonomía e independencia frente a los Estados Unidos. Duque Márquez, con su carita de niño mimado, representa los intereses de las transnacionales y multinacionales.
Los que pensaron e incluso, piensan aún que Duque Márquez, podría actuar con más autonomía y apertura, considerando su juventud y su rostro de buena persona, se equivocaron y se equivocan, como dice Gabo: “De cabo a rabo”. El problema no es de juventud o senectud, el problema es ideológico y de clase.
Las primeras determinaciones así lo demuestran. En días pasados, el canciller Carlos Holmes Trujillo, expresó el interés del gobierno nacional de retirarse de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), con el peregrino cuenta que esta organización se habría confabulado con la supuesta “dictadura” del gobierno venezolano.
Argumento falaz, por cuanto en la hermana república bolivariana de Venezuela, hay un proceso revolucionario en desarrollo, el cual se caracteriza, precisamente, por la más amplia democracia y participación activa del pueblo patriota.
Entre los resultados ya cosechados, a manera de ejemplo, podemos traer a colación la erradicación del analfabetismo, actividad certificada por las Naciones Unidas. La construcción de decenas de hospitales, universidades e institutos descentralizados. Alza de los salarios y plenas garantías a la oposición.
¿Qué de eso ocurre en Colombia? Nada. Este país está en manos de la antidemocracia, la corrupción y la mafia. “Qué país más raro”, escribió un periódico europeo. Se hace un referendo por la paz y se pierde, se hace uno contra la corrupción y gana la corrupción. A estos extremos nos ha llevado esta rancia y sucia oligarquía colombiana.
La postura del presidente Duque, es la misma del ladrón que al ver la policía grita: ¡Cójanlo, cójanlo, cójanlo”. O como dijera las abuelas: “Un burro hablando de orejas”. Eso ocurre porque Colombia es santuario de la corrupción e impunidad, cree Duque y su patota que lo mismo ocurre en Venezuela. “El que la usa la imagina” o “El ladrón juzga por su condición”, dicen los adagios populares.
Pero no contento con anunciar su retiro, ha indicado que está haciendo esfuerzos contrarrevolucionarios para que otros países hagan lo mismo. Así paga la burguesía el esfuerzo inmenso que hizo el pueblo patriota por ayudar a aclimatar la paz en Colombia, destacándose los esfuerzos del comandante Hugo Chávez Frías y el presidente Nicolás Maduro Moros.
Duele la postura del gobierno colombiano al tomar esta absurda decisión, sin un argumento válido. Pero duele más, indudablemente, su postura genuflexa a los dictámenes imperialistas de los Estados Unidos. Produce honda indignación, vergüenza.
Colombia es hoy más que nunca cabeza de playa para agredir los países latinoamericanos solo en cumplimiento de las órdenes impartidas por la CIA de los Estados Unidos.
Asumir esa postura santanderista implica golpear una vez más el sueño bolivariano de hacer de Latinoamérica una gran nación soberana e independiente, puesta al servicio de las muchedumbres desarrapadas que caminan sin esperanza alguna por calles y veredas de este continente.
Implica debilitar el proyecto promisorio que trabajó con tanta tenacidad y abnegación el comandante Chávez Frías. Igualmente implica, fortalecer la dependencia del país de la égida de los gringos malucos.
Podrá hacer eso los Estados Unidos: Tener de rodillas un gobierno narcotizado y descompuesto, pero jamás el ideal noble de los pueblos a ser libres y soberanos. Muchos murieron intentando conquistar la cumbre del Everest, no fue tarea fácil, pero finalmente fue derrotada la altura.
Jamás los Estados Unidos serán amos del mundo eternamente. El imperio romano fue tan corrompido o quizás peor que el Tío Sam, pero finalmente fue derrotado. Lo mismo sucederá con la pútrida oligarquía colombiana. Sus días están contados.
Así, hay que rechazar la política internacional que viene implementando el presidente colombiano, multiplicar la solidaridad con el pueblo y el gobierno venezolano, la revolución cubana, la revolución nicaragüense y los procesos que se vienen desarrollando en Ecuador y Bolivia. Unir los pueblos para enfrentar el imperialismo norteamericano.
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