Ante el rutilante e histórico triunfo del Pacto Histórico en cabeza de Gustavo Petro y Francia Márquez, Colombia está a la expectativa. No solo el pueblo humilde y desamparado que ve en este binomio una esperanza real, sino la gran oligarquía, sobre todo aquella que ha amasado inmensas fortunas a la sombra del narcotráfico y el paramilitarismo. La expectativa, entonces, es generalizada.
El motivo no es para menos. Quizás a excepción de Bolívar y el General José María Melo, oriundo de Chaparral (Tolima) este último, Petro es el primero en llegar a la Casa de Nariño en representación directa de la pobrería, del pueblo, en representación del progresismo y de la izquierda.
Hasta ahora, siempre el presidente de la república era el representante de la gran burguesía, de los monopolios de todos los pelambres. Quienes realmente decían quién era el presidente eran el grupo Santodomingo, Carlos Ardila Lule, los Cacaos de Medellín y últimamente la mafia empotrada en las alturas del poder.
Era un dominio absoluto de la derecha y de la extrema derecha. El pueblo votaba, pero nunca elegía. Sobre montañas de mentiras, amenazas, miedos, calumnias, dicha burguesía “convencía” al pueblo para que eligiera el candidato impuesto por los grandes emporios oligopólicos.
Hay que recordar algunos artilugios: Primero fue el fantasma del comunismo. Y qué no se decía a través de los medios de comunicación: Que el comunismo mataba los curas, negaba la existencia de Dios, violaba las monjas, acababa con la familia, quitaba los hijos, todo era del Estado, las personas morían de hambre, etc.
Después se inventó esta burguesía el cuento del “terrorismo”. En esas condiciones, toda persona u organización popular, campesina o sindical, que exigiera sus derechos era inmediatamente catalogada de terrorista. Era asesinada y el común del pueblo aplaudía convencido que efectivamente eran terroristas que iban contra la institucionalidad.
Durante la vigencia de la guerrilla, esta oligarquía la utilizó como su principal caballito de batalla. La responsabilizó de todos los males habidos y por haber. Cometió monstruosidades con el militarismo y el paramilitarismo, adjudicándoselo todo a la guerrilla. Era impresionante los montajes para hacerle creer al pueblo analfabeta y alienado que la guerrilla era un monstruo. Fue tal la alienación que tuvieron que pasar veinte años para el pueblo darse cuenta que Álvaro Uribe Vélez era un criminal desalmado sin Dios y sin Ley.
También usó el cuento del “castrochavismo”, invento perverso y ruin de Uribe que el grueso del pueblo creyó. Durante la campaña, adicionalmente, se agitó el tema de la expropiación y de tanta basura reciclada por los medios de comunicación del establecimiento que todo indicaba que el pueblo volvería a votar por el que dijera Uribe.
Un joven campesino sin una pisca de tierra para trabajar, sin techo para él y su familia, afirmaba categóricamente que, si ganaba Petro, si tenía dos fincas, le quitaba una y si tenía dos casas ocurría lo mismo. Lo repetía con tanto énfasis que la primera impresión que tuve al oírlo hablar, fue que estaba ante un gran latifundista o un propietario de cientos y cientos de apartamentos y casas. Pero, no era así. Era una criatura totalmente alienada por la monstruosa ola mediática. Incluso, un viejo compañero de estudio me decía que la empresa donde laboraba sería expropiada por ese asesino guerrillero, una familiar me decía que no le hablara de ese hijueputa que odiaba a muerte. “Si es preciso primo – me dijo – no me vuelva a hablar”.
De ese maremágnum confuso y dramático, más de once millones de colombianos y colombianas, lograron romper esa barrera, develar la secular mentira y asumir una postura consecuente con su clase social, eligiendo a Gustavo Petro presidente y Francia Márquez vicepresidenta.
Los comunistas que hemos seguido el proceso dialéctico desde muchos antes del 17 de julio de 1930, acostumbrados a los reveses electorales, pero siempre con la moral revolucionaria, seguimos el proceso sin vacilar, pegados a las leyes dialécticas y científicas del marxismo y del leninismo.
Concebimos entonces que el histórico triunfo del Pacto Histórico no es algo accidental o casual, es producto de un acumulado que se ha ido forjando con mucho sacrificio a través del tiempo. Al calor de la lucha política, popular, campesina, indígena y sindical, se ha llegado a este momento tan crucial para los pueblos del continente y del mundo. La verdad sea dicha: Este triunfo es fruto del esfuerzo colectivo de muchas generaciones, muchas personas que dieron su propia vida por la causa noble de los pueblos. A todos ellos, ¡Honor y Gloria!
Entonces, ¿Qué significa el triunfo?
¿Qué significa este paso histórico tan importante? Significa que el proceso dialéctico se sigue desarrollando, continúa su marcha, seguramente con la misma dinámica. Es decir, en espiral, o sea, con avances y retrocesos.
Gustavo y Francia, desde luego, no harán la revolución como soñamos los comunistas o señala las leyes dialécticas. Lo dijimos con honradez en campaña: Petro no es comunista, es un progresista dispuesto a desarrollar el capitalismo, como él mismo lo ha indicado. Es decir, no habrá expropiación, ni persecución, ni revanchismo como anunciaban con tanto aspaviento los medios de comunicación.
Se guiará por la Constitución Nacional, la cual prohíbe matar, robar, desaparecer, estimular el hambre en el pueblo y la exclusión. Será seguramente un demócrata a carta cabal, sus primeras acciones como presidente electo así lo indica.
El llamar a un Acuerdo Nacional (seguramente nada tendrá que ver con el “Frente Nacional” de ingratos recuerdos), abre la perspectiva de la paz, de tal manera que las contradicciones se resuelvan civilizadamente y no a punta de violencia como ha ocurrido hasta ahora.
No debe ser un simple pacto burocrático, una forma de decir: “Hagámonos pacito”. Los interrogantes fluyen en la izquierda y en la derecha. Los comunistas pensamos que el Acuerdo o Pacto Nacional debe girar alrededor de la paz, la justicia social, la democracia, la guerra contra la corrupción en las alturas del poder, la guerra contra el hambre y la exclusión, la salud que sea un derecho, lo mismo la educación y la tierra para quien realmente la trabaja: El campesino.
Cómo ponernos de acuerdo para que estos derechos desconocidos e ignorados por el Estado hasta ahora, sean realidad para todos y todas, sin privilegios de ninguna naturaleza. Es un desafío, sin lugar a dudas.
Eso dependerá del comportamiento que asumamos como pueblo y de la nueva dinámica de la burguesía sacada de las paredes oscuras del narcotráfico. El pueblo no puede quedarse quieto, ni ser simple espectador. Debe moverse al calor de la movilización o para apoyar al gobierno en las medidas populares tomadas y rechazar la arremetida de la reacción, o para exigirle al gobierno que cumpla parte de lo prometido en campaña. Por lo uno o lo otro, es fundamental la presencia activa y movilizada del pueblo colombiano.
Lo importante es que el gobierno nacional electo, sea capaz de llevar a la práctica sus promesas de campaña de tal manera que se garantice la continuidad del proceso. Sea dicho: Colombia no cambiará como quisiéramos en cuatro años, sus problemas de todo tipo soy muy arraigados y profundos. Por lo tanto, se necesita darle continuidad.
Esa es la tarea central del Pacto Histórico. Sentar las bases de una nueva sociedad desde la formación ideológica y orgánica, desde la participación de la masa y, colocando en un segundo o tercer plano el personalismo, el egoísmo, el egocentrismo. Esto tampoco resulta fácil, partiendo de la heterogeneidad de la conformación del Pacto Histórico. Resulta un desafío interesante en un nuevo escenario, pues ya no somos simple oposición, ya somos gobierno, y sabemos que una cosa es decir y otra bien distinta hacer. Seguramente el problema no será equivocarnos en esta fase del desarrollo social y político, el problema sería no tener la capacidad de ser crítico y autocrítico para corregir los errores en la dinámica de los acontecimientos y avanzar. Vamos por buen camino, dimos un paso histórico, pero hay que seguir caminando con más decisión, unidad y conciencia de clase.
El motivo no es para menos. Quizás a excepción de Bolívar y el General José María Melo, oriundo de Chaparral (Tolima) este último, Petro es el primero en llegar a la Casa de Nariño en representación directa de la pobrería, del pueblo, en representación del progresismo y de la izquierda.
Hasta ahora, siempre el presidente de la república era el representante de la gran burguesía, de los monopolios de todos los pelambres. Quienes realmente decían quién era el presidente eran el grupo Santodomingo, Carlos Ardila Lule, los Cacaos de Medellín y últimamente la mafia empotrada en las alturas del poder.
Era un dominio absoluto de la derecha y de la extrema derecha. El pueblo votaba, pero nunca elegía. Sobre montañas de mentiras, amenazas, miedos, calumnias, dicha burguesía “convencía” al pueblo para que eligiera el candidato impuesto por los grandes emporios oligopólicos.
Hay que recordar algunos artilugios: Primero fue el fantasma del comunismo. Y qué no se decía a través de los medios de comunicación: Que el comunismo mataba los curas, negaba la existencia de Dios, violaba las monjas, acababa con la familia, quitaba los hijos, todo era del Estado, las personas morían de hambre, etc.
Después se inventó esta burguesía el cuento del “terrorismo”. En esas condiciones, toda persona u organización popular, campesina o sindical, que exigiera sus derechos era inmediatamente catalogada de terrorista. Era asesinada y el común del pueblo aplaudía convencido que efectivamente eran terroristas que iban contra la institucionalidad.
Durante la vigencia de la guerrilla, esta oligarquía la utilizó como su principal caballito de batalla. La responsabilizó de todos los males habidos y por haber. Cometió monstruosidades con el militarismo y el paramilitarismo, adjudicándoselo todo a la guerrilla. Era impresionante los montajes para hacerle creer al pueblo analfabeta y alienado que la guerrilla era un monstruo. Fue tal la alienación que tuvieron que pasar veinte años para el pueblo darse cuenta que Álvaro Uribe Vélez era un criminal desalmado sin Dios y sin Ley.
También usó el cuento del “castrochavismo”, invento perverso y ruin de Uribe que el grueso del pueblo creyó. Durante la campaña, adicionalmente, se agitó el tema de la expropiación y de tanta basura reciclada por los medios de comunicación del establecimiento que todo indicaba que el pueblo volvería a votar por el que dijera Uribe.
Un joven campesino sin una pisca de tierra para trabajar, sin techo para él y su familia, afirmaba categóricamente que, si ganaba Petro, si tenía dos fincas, le quitaba una y si tenía dos casas ocurría lo mismo. Lo repetía con tanto énfasis que la primera impresión que tuve al oírlo hablar, fue que estaba ante un gran latifundista o un propietario de cientos y cientos de apartamentos y casas. Pero, no era así. Era una criatura totalmente alienada por la monstruosa ola mediática. Incluso, un viejo compañero de estudio me decía que la empresa donde laboraba sería expropiada por ese asesino guerrillero, una familiar me decía que no le hablara de ese hijueputa que odiaba a muerte. “Si es preciso primo – me dijo – no me vuelva a hablar”.
De ese maremágnum confuso y dramático, más de once millones de colombianos y colombianas, lograron romper esa barrera, develar la secular mentira y asumir una postura consecuente con su clase social, eligiendo a Gustavo Petro presidente y Francia Márquez vicepresidenta.
Los comunistas que hemos seguido el proceso dialéctico desde muchos antes del 17 de julio de 1930, acostumbrados a los reveses electorales, pero siempre con la moral revolucionaria, seguimos el proceso sin vacilar, pegados a las leyes dialécticas y científicas del marxismo y del leninismo.
Concebimos entonces que el histórico triunfo del Pacto Histórico no es algo accidental o casual, es producto de un acumulado que se ha ido forjando con mucho sacrificio a través del tiempo. Al calor de la lucha política, popular, campesina, indígena y sindical, se ha llegado a este momento tan crucial para los pueblos del continente y del mundo. La verdad sea dicha: Este triunfo es fruto del esfuerzo colectivo de muchas generaciones, muchas personas que dieron su propia vida por la causa noble de los pueblos. A todos ellos, ¡Honor y Gloria!
Entonces, ¿Qué significa el triunfo?
¿Qué significa este paso histórico tan importante? Significa que el proceso dialéctico se sigue desarrollando, continúa su marcha, seguramente con la misma dinámica. Es decir, en espiral, o sea, con avances y retrocesos.
Gustavo y Francia, desde luego, no harán la revolución como soñamos los comunistas o señala las leyes dialécticas. Lo dijimos con honradez en campaña: Petro no es comunista, es un progresista dispuesto a desarrollar el capitalismo, como él mismo lo ha indicado. Es decir, no habrá expropiación, ni persecución, ni revanchismo como anunciaban con tanto aspaviento los medios de comunicación.
Se guiará por la Constitución Nacional, la cual prohíbe matar, robar, desaparecer, estimular el hambre en el pueblo y la exclusión. Será seguramente un demócrata a carta cabal, sus primeras acciones como presidente electo así lo indica.
El llamar a un Acuerdo Nacional (seguramente nada tendrá que ver con el “Frente Nacional” de ingratos recuerdos), abre la perspectiva de la paz, de tal manera que las contradicciones se resuelvan civilizadamente y no a punta de violencia como ha ocurrido hasta ahora.
No debe ser un simple pacto burocrático, una forma de decir: “Hagámonos pacito”. Los interrogantes fluyen en la izquierda y en la derecha. Los comunistas pensamos que el Acuerdo o Pacto Nacional debe girar alrededor de la paz, la justicia social, la democracia, la guerra contra la corrupción en las alturas del poder, la guerra contra el hambre y la exclusión, la salud que sea un derecho, lo mismo la educación y la tierra para quien realmente la trabaja: El campesino.
Cómo ponernos de acuerdo para que estos derechos desconocidos e ignorados por el Estado hasta ahora, sean realidad para todos y todas, sin privilegios de ninguna naturaleza. Es un desafío, sin lugar a dudas.
Eso dependerá del comportamiento que asumamos como pueblo y de la nueva dinámica de la burguesía sacada de las paredes oscuras del narcotráfico. El pueblo no puede quedarse quieto, ni ser simple espectador. Debe moverse al calor de la movilización o para apoyar al gobierno en las medidas populares tomadas y rechazar la arremetida de la reacción, o para exigirle al gobierno que cumpla parte de lo prometido en campaña. Por lo uno o lo otro, es fundamental la presencia activa y movilizada del pueblo colombiano.
Lo importante es que el gobierno nacional electo, sea capaz de llevar a la práctica sus promesas de campaña de tal manera que se garantice la continuidad del proceso. Sea dicho: Colombia no cambiará como quisiéramos en cuatro años, sus problemas de todo tipo soy muy arraigados y profundos. Por lo tanto, se necesita darle continuidad.
Esa es la tarea central del Pacto Histórico. Sentar las bases de una nueva sociedad desde la formación ideológica y orgánica, desde la participación de la masa y, colocando en un segundo o tercer plano el personalismo, el egoísmo, el egocentrismo. Esto tampoco resulta fácil, partiendo de la heterogeneidad de la conformación del Pacto Histórico. Resulta un desafío interesante en un nuevo escenario, pues ya no somos simple oposición, ya somos gobierno, y sabemos que una cosa es decir y otra bien distinta hacer. Seguramente el problema no será equivocarnos en esta fase del desarrollo social y político, el problema sería no tener la capacidad de ser crítico y autocrítico para corregir los errores en la dinámica de los acontecimientos y avanzar. Vamos por buen camino, dimos un paso histórico, pero hay que seguir caminando con más decisión, unidad y conciencia de clase.
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