El fantasma del fascismo. Foto Globedia
Por Nelson Lombana SilvaEl débil proyecto de Democracia en Colombia, se encuentra en el laberinto y sin general. El fantasma del fascismo acecha con suma peligrosidad, cada vez se hace más real. La policía y el militarismo obedecen más al propietario de la hacienda El Ubérrimo que a los superiores, de acuerdo a la Constitución Nacional. ¿Qué es eso? Fascismo. El presidente de la república, Iván Duque Márquez, se dispone a entregar 370 millones de dólares a una empresa de transporte aéreo que no es colombiana y tiene su sede en un denominado: “Paraíso fiscal”, dándole soberana bofetada a millones de compatriotas que mueren a diario de inanición y miles de microempresas mueren por falta de apoyo gubernamental.
Y, como si esto fuera poco, solapadamente mediante decreto impone reformas tributarias leoninas y deplorables para el pueblo colombiano. La gran oligarquía, sin piedad alguna, aprovecha la pandemia para hacerse más rica y poderosa. Al fin y al cabo, es la dinámica inexorable del capitalismo.
Así las cosas, el futuro es incierto, bien podría decirse: Apocalíptico. Todo el peso horroroso cae sobre un pueblo humilde y analfabeta político, cuyas consecuencias se ven a diario con ímpetu desbordante. La especie humana se encuentra en entredicho. Pero también, la naturaleza, el planeta tierra, todo el ecosistema. El calentamiento global es una realidad indiscutible, lo mismo el terrorismo de Estado y la demencial explotación del hombre por el hombre.
El capitalismo es el sistema de la muerte. Sistema infame que muere lentamente a un precio muy alto. Esta realidad es la que nos impide claudicar y en medio del desierto de la desesperanza, levantar la bandera de la esperanza. Otro país sí es posible.
Todos estos procesos tan contradictorios, complejos y dramáticos, no es fácil de asimilar, necesita de todos y todas máximo esfuerzo, primero para interpretar dialécticamente todos estos fenómenos no fáciles de asimilar y segundo, asumir una postura protagónico en la dinámica de contribuir a los cambios que se vienen dando. El pueblo debe asumir una postura activa, propositiva, no puede quedarse indiferente, esperando que otros decidan por él.
Una herramienta contundente para entender el tejemaneje y aspirar a transformar la nebulosa realidad colombiana, es fortaleciendo la lectura. Mientras que usted no lea, será muy difícil comprender la realidad con criterio propio y segundo, intentar contribuir a transformar esa cruda realidad. Una persona que no lea, ni siquiera se puede comparar con un ciego, porque el ciego generalmente asume su realidad y se hace experto en dominar su limitación física y su entorno.
Ayer, hacia la 5:30 de la tarde calurosa, terminé de leer el catorce libro durante la actual pandemia del Covid – 19. Para ser más exactos, lo releí, pues es creación nuestra. Se llama: “Los amores furtivos de la bella Eloíma”. Es una novela que tiene 234 páginas. No es una obra de arte. Tampoco una creación fantástica con acciones fuera de serie, es más bien un relato contado a borbotones y con intensidad humana de hechos comunes que suceden a diario en la entraña de la especie humana y del capitalismo. No tiene grandes figuras metafóricas o filosóficas. Por el contrario. Es humana, demasiado humana, citando a Federico Nietzsche, que surge de la entraña de la cotidianidad en una sociedad acorralada por los antivalores y el desgobierno.
Eloíma, es una mujer encantadora que padece el abandono de sus padres, del Estado y se desarrolla en el camino de la prostitución. Ha tomado esta cruda decisión en un intento de sobrevivir, llegando al extremo de no entender la oportunidad de salir de ese laberinto que le ofrece Don Tarquino, su esposo y su pequeña Ángela.
Se coloca en evidencia el poder corrupto de la clase dominante, las artimañas para sostenerse en el poder y dominar. Pero, también se advierte voces que señalan tímidamente que otra comarca sí es posible. Son los pregoneros de la esperanza.
Terminado de releer esta novela, comenzamos inmediatamente a releer también, porque es de nuestra autoría un pequeño ensayo polémico intitulado: “El hombre crea a Dios, no Dios al hombre”. En 54 páginas, intentamos resumir el pensamiento que tenemos sobre este tema, acudiendo a mis hermanos los libros y a la experiencia propia adquirida en cincuenta años de difícil existencia.
Para tener una idea clara del tema que sea hay que leer. Me preocupa de esas personas petulantes que quieren opinar sobre lo divino y lo humano, sin leer, solamente por simple intuición, o simplemente repitiendo maquinalmente el discurso de otro.
Cuando lo publiqué, tuve una encendida polémica con un amigo paisano. Se fue lanza en ristre contra el texto y contra mí, lo más poquito que me dijo era que yo era muy ignorante. Yo le dije que debatiéramos, sin apasionamientos ni menos herir susceptibilidades. Le pregunté: Pero, ¿ya lo leyó? Me contestó: No es necesario leerlo. Le contesté: Así si es imposible debatir. ¿Ya se leyó la Biblia?, también le pregunté. Que tampoco. Entonces, aquí no hay discusión, le dije. Creo que me resultará más provechoso golpear la pared con la cabeza. Hay que leer, mi hermano le dije, de lo contrario, resulta imposible debatir. Claro, también he debatido con curas amigos. Estas discusiones son a otro nivel. Tienen argumentos metafísicos y se fundamentan en la fe. El ejercicio ha sido interesante.
Con esto, solo quiero sugerir la necesidad de leer, no importa qué, lo importante es leer. Disfrutar la lectura. Degustarla como se degusta quizás una bebida o una comida opípara. Todo el conocimiento teórico está en los libros, en el área del conocimiento que usted se interese. Además, el conocimiento es infinito y nos permite vibrar la capacidad de asombro con una buena lectura. El consejo del escritor mejicano Rius, resulta sabio: “Apague la televisión y abra un libro”. Tengo la certeza que la lectura estimula el brillo de la capacidad de asombro. Hay que leer.
Y, como si esto fuera poco, solapadamente mediante decreto impone reformas tributarias leoninas y deplorables para el pueblo colombiano. La gran oligarquía, sin piedad alguna, aprovecha la pandemia para hacerse más rica y poderosa. Al fin y al cabo, es la dinámica inexorable del capitalismo.
Así las cosas, el futuro es incierto, bien podría decirse: Apocalíptico. Todo el peso horroroso cae sobre un pueblo humilde y analfabeta político, cuyas consecuencias se ven a diario con ímpetu desbordante. La especie humana se encuentra en entredicho. Pero también, la naturaleza, el planeta tierra, todo el ecosistema. El calentamiento global es una realidad indiscutible, lo mismo el terrorismo de Estado y la demencial explotación del hombre por el hombre.
El capitalismo es el sistema de la muerte. Sistema infame que muere lentamente a un precio muy alto. Esta realidad es la que nos impide claudicar y en medio del desierto de la desesperanza, levantar la bandera de la esperanza. Otro país sí es posible.
Todos estos procesos tan contradictorios, complejos y dramáticos, no es fácil de asimilar, necesita de todos y todas máximo esfuerzo, primero para interpretar dialécticamente todos estos fenómenos no fáciles de asimilar y segundo, asumir una postura protagónico en la dinámica de contribuir a los cambios que se vienen dando. El pueblo debe asumir una postura activa, propositiva, no puede quedarse indiferente, esperando que otros decidan por él.
Una herramienta contundente para entender el tejemaneje y aspirar a transformar la nebulosa realidad colombiana, es fortaleciendo la lectura. Mientras que usted no lea, será muy difícil comprender la realidad con criterio propio y segundo, intentar contribuir a transformar esa cruda realidad. Una persona que no lea, ni siquiera se puede comparar con un ciego, porque el ciego generalmente asume su realidad y se hace experto en dominar su limitación física y su entorno.
Ayer, hacia la 5:30 de la tarde calurosa, terminé de leer el catorce libro durante la actual pandemia del Covid – 19. Para ser más exactos, lo releí, pues es creación nuestra. Se llama: “Los amores furtivos de la bella Eloíma”. Es una novela que tiene 234 páginas. No es una obra de arte. Tampoco una creación fantástica con acciones fuera de serie, es más bien un relato contado a borbotones y con intensidad humana de hechos comunes que suceden a diario en la entraña de la especie humana y del capitalismo. No tiene grandes figuras metafóricas o filosóficas. Por el contrario. Es humana, demasiado humana, citando a Federico Nietzsche, que surge de la entraña de la cotidianidad en una sociedad acorralada por los antivalores y el desgobierno.
Eloíma, es una mujer encantadora que padece el abandono de sus padres, del Estado y se desarrolla en el camino de la prostitución. Ha tomado esta cruda decisión en un intento de sobrevivir, llegando al extremo de no entender la oportunidad de salir de ese laberinto que le ofrece Don Tarquino, su esposo y su pequeña Ángela.
Se coloca en evidencia el poder corrupto de la clase dominante, las artimañas para sostenerse en el poder y dominar. Pero, también se advierte voces que señalan tímidamente que otra comarca sí es posible. Son los pregoneros de la esperanza.
Terminado de releer esta novela, comenzamos inmediatamente a releer también, porque es de nuestra autoría un pequeño ensayo polémico intitulado: “El hombre crea a Dios, no Dios al hombre”. En 54 páginas, intentamos resumir el pensamiento que tenemos sobre este tema, acudiendo a mis hermanos los libros y a la experiencia propia adquirida en cincuenta años de difícil existencia.
Para tener una idea clara del tema que sea hay que leer. Me preocupa de esas personas petulantes que quieren opinar sobre lo divino y lo humano, sin leer, solamente por simple intuición, o simplemente repitiendo maquinalmente el discurso de otro.
Cuando lo publiqué, tuve una encendida polémica con un amigo paisano. Se fue lanza en ristre contra el texto y contra mí, lo más poquito que me dijo era que yo era muy ignorante. Yo le dije que debatiéramos, sin apasionamientos ni menos herir susceptibilidades. Le pregunté: Pero, ¿ya lo leyó? Me contestó: No es necesario leerlo. Le contesté: Así si es imposible debatir. ¿Ya se leyó la Biblia?, también le pregunté. Que tampoco. Entonces, aquí no hay discusión, le dije. Creo que me resultará más provechoso golpear la pared con la cabeza. Hay que leer, mi hermano le dije, de lo contrario, resulta imposible debatir. Claro, también he debatido con curas amigos. Estas discusiones son a otro nivel. Tienen argumentos metafísicos y se fundamentan en la fe. El ejercicio ha sido interesante.
Con esto, solo quiero sugerir la necesidad de leer, no importa qué, lo importante es leer. Disfrutar la lectura. Degustarla como se degusta quizás una bebida o una comida opípara. Todo el conocimiento teórico está en los libros, en el área del conocimiento que usted se interese. Además, el conocimiento es infinito y nos permite vibrar la capacidad de asombro con una buena lectura. El consejo del escritor mejicano Rius, resulta sabio: “Apague la televisión y abra un libro”. Tengo la certeza que la lectura estimula el brillo de la capacidad de asombro. Hay que leer.
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