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Pintura. María Julio Álvarez |
La lluvia mermó. Lánguidamente el sol apareció. Los pájaros multicolores salieron de su escondite. Balvin con el azadón en el hombro siguió a Camilo, conversando de cosas baladíes, el terreno un tanto pendiente bien parecía un estadio de fútbol por su color verdoso esmeralda. Protegidos con sus plásticos, bien parecían robots. “¡Qué hermoso cultivo!”, dijo Balvin comenzando con entusiasmo la jornada. Camilo, sonrió. Pronto se dio cuenta que era experto en la actividad y que no hacía pausa, mientras conversaba laboraba. Emocionado, Camilo fingía no darse cuenta del desenvolvimiento del obrero, venido del otro lado del río, sin embargo, no perdía detalle. Cavilaba. “¿Quién será realmente este parroquiano?”, pensaba una y otra vez. “No tiene cara de campesino, no obstante, se porta como tal. No es grosero, no habla sandeces, a pesar de venir de un pueblo conservador. Tampoco es apasionado por su partido. Por el contrario. Demuestra rabia hacia él, quizás sabe disimular muy bien, debe ser un godo refinado. También me desconcierta que no muestra odio hacia el liberalismo. ¿Quién será este señor que dice llamarse Balvin?”