Por Nelson Lombana Silva
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Arcadio cruzó la distancia a grandes zancadas; sudoroso y enlodado recorrió el camino retorcido y pendiente acosado por el miedo. Su respiración seca tendía a reventar los pulmones. El sudor frío, mezclado con la llovizna resbalaba por sus mejillas mofletudas. Llevaba al cinto el machete y encaletado el revólver de seis proyectiles. A intervalos miraba hacia atrás para cerciorarse que nadie lo estaba siguiendo. Al divisar la casa se detuvo, tomó oxígeno y abordó el desecho. “Por aquí llegaré más rápido”, dijo en voz baja. La monótona llovizna transparente caía sobre su humanidad. Ensopado de sudor, lluvia y lodazal no paraba de caminar. El estrecho desecho tenía prolongados columpios, los cuales devoraba en santiamén. Al cruzar el pequeño arroyo de aguas cristalinas, se inclinó y tomó agua para mitigar la sed. La cogió entre sus manos encalladas y temblorosas. Saltó de piedra en piedra y corriendo desesperado continuó la marcha por el largo potrero.